Caminaba y pensaba en las últimas fotos de Pinochet, en las que se conocen hasta el momento (dudo que hayan autorizado retratarlo en su lecho de enfermo).
Así por ejemplo, tenemos que para su cumpleaños 91, el difunto general saludó cómodamente sentado en un sillón estilo francés desde el living de su casa. Para ponerle más color al asunto, Pinochet se levantó (como cuando llegó desde Londres) y, con el gesto típico, se despidió de su fiel fanaticada.
Un par de semanas después, pasada toda el agua que sabemos pasó bajo el puente, la nueva foto de Pinochet nos muestra su rostro hinchado (sorry
Milana, pero creo que el hombre no se deshinchó
como dices), frío e inerte,
en el medio del hall central de la Escuela Militar, como si de una pieza de museo se tratase.
Y ahí el punto: Los últimos, incluso años diría, de Pinochet vienen a ser una suerte de parafernalia pseudo política, en la que un puñado de adherentes (sobre todo del sexo femenino) llegaba hasta las afueras de su casa como quien va a visitar a un santo o a una figura milagrosa (tengo el recuerdo de Miguel Ángel, el vidente de Casablanca), aunque la realidad diste mucho de aquellas figuras.
Pinochet, creo, se convirtió en una atracción de estilo circense, como para pasearlo en un acoplado abierto, sin lonas ni ningún otro elemento que lo cubra. Como que siempre esperábamos que dijera algo, lo que fuera, pero algo. Que rugiera este león con una pachotada de aquellas o, por qué no, que apenas musitara un perdón tardío pero perdón al fin y al cabo. Nada de eso.
De ser una de las figuras más protegidas (aún recuerdo cuando su extensa comitiva pasaba rauda por las calles) ahora no es más que un cadáver en exposición pública. De ser uno de los hombres más poderosos de Chile, ahora es sólo un muerto más, un cadáver más dentro de un ataúd.
PD: Reza el dicho que una vez muerto el perro se acaba la rabia, aunque no sé si después de ver esta foto pueda suscribir aquello...*FOTO:
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