L.O.D.V.G.

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Amaia Montero sube y baja su brazo en diagonal, cual Tony Manero, mientras las más de treinta mil personas que repletaron Espacio Riesco la imitan como si se tratara de una clase de gimnasia de la que la vasca es la profesora. Han pasado más de cuarenta minutos y el show de La Oreja de Van Gogh no ha parado ni un solo segundo.

Tras el rotundo éxito en el reciente Festival de Viña, el quinteto español cerró una mini gira latinoamericana en Santiago, la última estación del recorrido que incluyó a Pucón y La Serena en nuestro país, además de Buenos Aires y Montevideo.

Pero los españoles tienen un feeling especial con el respetable nacional. La de anoche fue algo así como una fiesta familiar a la que estaban invitados desde los críos más pequeños hasta sus respectivos padres y también abuelos. Sólo L.O.D.V.G. es capaz de producir ése milagro, el mismo que se traduce en cuarentones -poncheras incluídas- cantando coro a coro con la carismática Montero.

Y probablemente sea ella, Amaia, una de las claves del éxito de L.O.D.V.G. Sencilla como pocas, la española se subió al escenario con una falda que perfectamente pudo haber estado colgada en una de las tiendas del Parque Arauco horas antes del show. La combinó con un top negro strecht que cerraría la compra en unos treinta mil pesos y listo. El resto es sólo carisma, empatía y talento, harto talento para enganchar a un público que, es cierto, peca de parcial y hasta incondicional, pero que es público al fin y al cabo.

Por eso los papás deciden acompañar a sus hijos. Por eso el show de L.O.D.V.G. se convierte en un panorama que deja la casa vacía; porque a nadie le parece mal escuchar las letras suaves y poco pretensiosas del quinteto español, porque parece buena idea tararear un poco de buen pop.

Así se pasó el rato. Y poco importó que el repertorio fuera casi calcado al mostrado en Viña del Mar, daba lo mismo. Todos cantaron, rieron y gozaron, aunque en rigor deba hablar en primera persona plural y decir cantamos, reímos y gozamos.


LEGÍTIMA DEFENSA

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El caso Smitak se está convirtiendo en una especie de obsesión. Es como si de pronto, el espírutu de Forestín (¿qué fue de él?) me hubiera poseído y así mi única preocupación sea la defensa del bosque, un tema que por lo demás, apareció circunstancialmente en los medios y en este, mi querido blog.

Y sí, claro que sí. Podría haber escrito sobre el trapecista que violó al payaso del circo en Guanaqueros. Sin embargo, el caso aquel no me pareció lo más digno de rescatar de la prensa sabatina, aunque estará en los top ten de las noticias freak del año 2005.

Lo que sí me parece digno de destacar son las palabras de Jiri Smitak, el turista checo que accidentalmente (eso sí que es un accidente) inició el incendio que cambió el paisaje del Parque Nacional Torres del Paine, cambiando por cenizas más de 14 mil hectáreas de matorrales y lenga. Así, como el acusado que se defiende en el tribuanl, habla Jiri.

"Era mi último día de trekking y estaba muy hambriento. Decidí cocinar una sopa para el almuerzo. Elegí la Laguna Azul para usar el agua del lago para cocinar. Cuando empecé a hacerlo apareció un viento fuerte y la llama se fue al pasto. Al principio se produjo un incendio pequeño. Tiré el agua que estaba en la olla, pero debido al viento, no fue suficiente para apagarlo y se expandió rápidamente", dice desde la patagonia argentina el checo.

Pues bien. Lo primero que se me viene a la cabeza es un sentimiento extraño. Algo parecido a la compasión, a la misericordia con una cicharadita de pena y de empatía. Yo también hubiera hecho lo mismo y así no más, la noticia no tendría el condimento turista extranjero y pasaría a ser y una irresponsabilidad más -así como los atroopellos en la Alameda- de la ideoscincracia chilensis.

Pero el relato de Smitak sigue. "No había ningún auto especial ahí para atacar el fuego, lo que me sorprendió. Si hubiera habido carros especiales se habría evitado que el fuego llegara al camino. No tengo experiencia en esto, pero mi opinión personal y mis pensamientos eran muy emocionales en ese momento".

¡Paf! Un charchazo al tercermundismo (sobre todo en lo que a protección de la fauna y flora silvestre se refiere) resultan éstas palabras del checo. Obvio, si las condiciones climáticas son tan seductoras para que el miserable fuego de una cocinilla de camping se transforme en un inmisericorde incencio forestal, claro que debería haber algo para prevenir y para paliar las llamas.

Entonces vienen a la memoria los mismos datos de siempre. Si los bomberos de ciudad son voluntarios, qué queda para los brigadistas de la CONAF. Si mal no recuerdo, el año pasado murieron tres de ellos en Portugal, lugar hasta donde llegaron en busca de mejores condiciones económicas para sus funciones.

Y me acuerdo también de los incendios que siguen y siguen porque no hay plata, no hay plata, para echarle bencina al dromedario que sobrevuele las llamas. No hay un camión aljibe, no hay palas, no hay brigadistas... no hay.

Da rabia. Por lo menos a mí me da mucha rabia. Mientras el oso Yogui huevea y huevea en su inmejorable Yellowstone, aquí en Chile (y probablemente en Argentina, en Perú y en Ecuador también) los valiosísimos recursos naturales permanecen bajo la amenaza constante de los imponderables. Ojalá que no haga mucho calor, ojalá que no sople tanto viento, ojalá que llueva para que los matorrales se humedezcan y así varios ojalá más.

No obstante, a veces dios no quiere y nuestros deseos se ven truncados. Smitak el pobre Smitak a estas alturas, no sólo se dio cuenta de su error sino que además, trató de prevenir que el suyo fuera el único caso parecido. El hombre, según propia confesión, se puso con más de US$1000 dólares para la CONAF, para ver si así se pueden costear más y mejores medidas contra los incendios forestales.

"Lo que sucedió cambió mi vida, nunca olvidaré las llamas. Quisiera expresar mi más profundo arrepentimiento al pueblo chileno por el daño causado, mi profundo dolor y pesar por lo sucedido. Mi corazón sangra, está triste, como si el tiempo se hubiera detenido", son las palabras -casi a modo de despedida- de Smitak, miembro de la Asociación Internacional de Alpinistas.


DONDE HUBO FUEGO, CENIZAS QUEDAN

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No. No se trata de una crónica sobre un furtivo amor de verano que se diluye junto con los últimos días de febrero. Afortunadamente tengo amor verano e invierno, todo el año y desde hace hartos ya. No les quiero hablar de eso, sino (como ya lo hice antes) del incendio en las Torres del Paine, uno de nuestros parques nacionales.

Trato y trato de ponerme en los zapatos de Jiri Smitak -una especie de alter ego de Luciano Bocheradeaux, uno de esos nombres nefastos que pasan a ser difícil o casi imposible de olvidar- y no puedo. ¿Por qué, haciendo caso omiso a las advertencias, a las normas y al más común de los sentidos, Smitak decidió apartarse y cocinar fuera de la zona permitida sus alimentos? No me lo explico.

Y creo que ni él mismo ha podido hacerlo. La única imagen que se tiene del culpable de la tragedia ecológica más grande de la que se tenga recuerdo en nuestro país es la de un joven taciturno, pensativo, con la mirada clavada en el horizonte humeante a raíz de su irresponsable acto. Smitak, creo, está arrepentido.

Sí, lo sé. Está arrepentido ¿y qué? Pagó menos de US$200 y se echó a volar. Probablemente, mientras el avión cruzaba la cordillera de los Andes rumbo al viejo continente Smitak ya estaba dormido. Cansado por lo que debe ser una experiencia desagradablemente imborrable -y una vez arrellanado en su asiento- el hombre debe haberse arropado y entregado a Morfeo. Eso de nada nos sirve. Estoy de acuerdo.

Probablemente sería bueno que este tipo de ciudadanos, así como si se tratara de criminales de lesa humanidad, portaran para siempre una especie de credencial vitalicia que los identifique como persona no grata en todo lo que a Parques Nacionales se refiere. Me parece lo más justo y oportuno en un caso así.

Aunque dudo que Chile y, en general, toda la patagonia vuelva a barajarse entre las posibilidades de destinos de Smitak, no estaría mal reforzar esa sabia decisión con un carnet, plastificado y todo.

Si bien los ingenieros forestales que he escuchado en las noticias coinciden en que en un par de años el verde volverá a cubrir el paisaje de la zona, esos mismos expertos éstán aún más de acuerdo en señalar que el daño provocado por el fuego es tan difícil de cuantificar como de reparar. ¿Veinte, treinta, cuarenta ¡cincuenta años!? A ciencia cierta es casi imposible saber cuánto tiempo se demorará la naturaleza en volver a la era pre Smitak, por llamarla de alguna manera.

La fauna silvestre del parque busca y busca algún matorral que no sepa a quemado, que no huela a humo y no lo encuentran. Zorros, guanacos y otros habitantes del parque se asoman al camino, a pasos del hombre, como exigiendo explicaciones. Todo eso sin considerar el lucro cesante de los abnegados empresarios turísticos de la zona, quienes vieron y verán caer sus ingresos como si fueran directores de una mala película de cine.

Es obvio. Muy pocos se atreverán a gastar los muchos dólares que significa visitar un parque quemado, arruinado y deprimente. Seguro, las alternativas del otro lado de la cordillera tendrán más validez y nuestras torres tendrán que esperar mejores años mientras se alimenten del recuerdo de aquellos años mosos.


CRUZ

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Beckham fue papá. Victoria parió al tercer heredero en Madrid, donde los paparazzi son tanto o más insistentes y profesionales que en Inglaterra, sólo que -es obvio- mayoritariamente hablan español y no inglés.

Enfrentado a la decisión de bautizar a su hijo, el futbolista más fotografiado del mundo eligió algo más que un nombre. Claro está, hay que decirlo como antecedente, esto de poner nombres en la familia Beckham Adams no es algo tradicional ni mucho menos típico. Romeo y Brooklyn son ejemplos vivientes de lo que estoy hablando. En fin. El hecho es que David (pueden pronunciarlo en español y no Deivid) eligió ponerle Cruz a su tercer vástago.

¿Cruz? Cruz Beckham, qué feo y extraño suena. Pero el niño tendrá que acostumbrarse no más y, cuando el blondo futbolista esté revisando las fotos y videos de su mejor época, podrán tener una conversación larga y sincera acerca de esta decisión.

Personalmente, soy de los que apoyan a Beckham. En un arranque de lucidez insólito (tal vez influido por las conversaciones de Luxemburgo con el plantel merengue), David sentó cabeza y -cosa que no hizo con los hermanos mayores de Cruz- puso los puntos sobre las íes. ¿A qué me refiero? Simple. Me refiero al peso de la palabra Beckham, del apellido más famoso en Manchester, en toda Inglaterra y probablemente en gran parte de España también.

¿Qué es sino una tremenda y pesada cruz ser el hijo de David Beckham y Victoria Adams? Sin saberlo, el bebé ya tenía echada su carta astral, su nombre copó las portadas de los tabloides sensacionalistas del Reino Unido y hasta provocó risas y minutos de TV en Chile, a miles de kilómetros de su inocente existencia.

Cruz Beckham será, desde que salga de la clínica en Madrid, el blanco predilecto de fotógrafos y paparazzis. Cruz, así como ya ha pasado con otros célebres antecedentes (William y Harry por citar el ejemplo más paradigmático ya que se trata de sus propios compatriotas), deberá entender que sus cumpleaños estarán en la televisión, que sus padres estarán más lejos de casa y cerca de las fiestas sociales que otros, Cruz deberá lidiar con el estigma de ser hijo de futbolista y cantante, con la mediatiquísima carrera de sus progenitores y, todo eso, sin derecho a equívocos, sin que se le acepten deslices como los últimos de Harry.

Pobre niño rico Cruz. Rodeado del lujo y las comodidades que le entregan sus apellidos, el menor de los Beckham, con apenas un par de días de existencia, ya está condenado. Su vida, obra y muerte serán preocupación periodística y, es lo más probable, no le será fácil llevar su propia vida olvidándose de sus apellidos.

Tal vez por eso Beckham eligió ése nombre. Cruz, más que cualquier otro niño recién nacido, deberá soportar el peso de su herencia como pocos. Su padre, conciente del hecho, lo marcó (como si faltara hacerlo) con su nombre, un castigo eterno, así como el de Sísifo, del que no podrá descansar jamás.



Las pocas veces que he salido de las fronteras he sido un ciudadano ejemplar. Tanto o más de lo que suelo ser en el Paseo Ahumada o en el Parque Arauco, por citar dos lugares emblemáticos de la urbe. Incluso, cuando salgo de Santiago hago lo mismo. Siempre he procurado ser un fiel y respetuoso seguidor de las normas y, aunque se trate de la calle con menos movimiento del pueblo, espero la luz verde para cruzar la calle.

Ya que se trata de un supuesto, nunca se podrá saber qué hubiera hecho en las circunstancias que llevaron a Cadima y Tamburino, los tristemente célebres graffiteros chilenos, a ser detenidos en el Cuzco. A los 18 ó 19 años uno se siente dueño del mundo y portador de una TIFA o credencial de inmunidad eterna, de ésas que con sólo sacarse del bolsillo echan abajo las prepotencias policíacas más insolentes. Creo que fue a Alfredo Lewin a quien se lo escuché por primera vez, "pórtate mal, pero cuídate bien". Y así lo hice y mis papeles siguen tan limpios como cuando nací.

Ok. Tamburino y Cadima, curados en una plaza del Cuzco, no lo hicieron y, desafiados por un peruano, pisaron el palito (uno primero y el otro después) e hicieron lo que todos sabemos con las consecuencias que nadie sabe, porque, digámoslo, nadie puede dar fe de la integridad física y sicológica de un preso, ni en Guantánamo, ni en Irak, ni mucho menos en Perú, sobre todo si se trata de un par de jóvenes chilenos, detenidos por rayar un muro histórico.

No se cuidaron bien. La mancha, el rayado o la bomba (como entiendo que se le dice en la jerga a la obra) desapareció de la famosa muralla y los chilenos siguen detenidos, esperando en uno de los juicios más sospechosamente largos y burocráticos que se recuerde en la jurisprudencia peruana.

¿Qué haríamos nosotros en el lugar de los peruanos? Antes y después del rayado en el Cuzco, nuestra sociedad -representada en las autoridades pertinentes- ha dado señales al respecto.

En Rapanui un turista japonés rayó un moai. El caso, lo más parecido a lo hecho por Cadima y Tamburino en el Cuzco, le significó al nipón una multa y un decreto de expulsión del país. No hay que ser muy inteligente para asumir que después de semejante fechoría, lo primero que se hace es echarlo o mostrarle la puerta de salida. Igual como cuando uno era quinceañero y echaba a perder una tranquila fiesta por un combo, por un vómito o por quebrar un vaso... qué sé yo. Lo del japonés era un antecedente.

Resulta que ahora, la semana pasada, un turista checo -desobedeciendo las normas señaladas en el parque- cocinó sus alimentos fuera de la zona demarcada para ello. ¿Resultado? Un incendio que arrasa (entiendo que aún no se extingue) cientos de hectáreas de bosque nativo. ¿Castigo? Adivinaron: Los mismos US$150 que pagó el japonés por rayar el moai.

No es que me haya surgido un instinto nazista ni que de repente haya descubierto que Bush tiene razón. No. Pero, me pregunto, ¿Estaremos siendo justos con éstos extranjeros que dañan nuestro patromonio, así como así no más?

Me acordé del chistoso que dijo que tenía una bomba un par de semanas después del 11 de septiembre de 2001. A él también le cayó todo el peso de la ley, extranjera más encima, por una broma que, evidentemenente, no fue la más oportuna, pero tampoco significó grandes daños. Lo único que se puede rescatar del incidente es un sentimiento de compasión por el pobre hueón ése.

¿A dónde voy con todo esto? A que me gustaría ser extranjero en mi propio país. Me gustaría ser tratado como extranjero en Chile si es que alguna vez me pillan delinquiendo en el extranjero. Me gustaría pagar una multa y leer las repercusiones de mi irresponsabilidad desde la comodidad de mi casa, por Internet claro está. Me gustaría que así como en Chile, afuera también se dieran cuenta de las cosas y se midiera con la misma vara.

Quizás esta última imagen me ayude a cerrar las comparaciones. Muchos hemos visto (y probablemente ayudado) a esos rumanos que, sentados en la calle con un cartel, piden ayuda por el sólo hecho de ser rumanos. ¿Podría un chileno pararse en Budapest a pedir limosna con un cartelito que diga, soy chileno, ayúdeme?

Pensémoslo y, cuando otro pastelito haga su gracia, volvamos a discutir el tema. Creo, a pies juntos, que debemos mejorar en este aspecto. Y sí, probablemente, en este caso, mejorar es sinónimo de aumentar el castigo, ser más drásticos.



Y claro, che, ¿viste? ¿Viste que era fácil engrupirse a estos chilenitos? Como si no bastara con las recurrentes humillaciones futbolísticas, ahora desde el otro lado de la cordillera también nos vienen a quitar la corona de Reina del Festival de Viña. Todo mal.

Mal porque no es como el año pasado, cuando Pampita ganó. Ella, Carolina Ardohaín, sí que es una dama, una barbie, pero una barbie inteligente, con gracia, con gusto y no un camión con acoplado y sin frenos como la Salazar, la monarca 2005.

Desde que le ofrecieron la pega (vaya a saber uno en qué términos) Luciana Salazar se encargó de aliñar el ambiente, de calentar la sopa. Todos, algunos más que otros, esperaban su llegada para ver si la blonda maniquí iba a ser capaz de cumplir todas sus promesas electorales.

Y como si se tratara de una experta en estas lides, Salazar aplastó a sus contrincantes con el primer combo. Se sacó el sostén de su microbikini en la piscina y dijo, así tal cual, "esto es sólo un adelanto". No había que hacer encuestas para darse cuenta que la argentina corría con ventaja hacia la corona.

Reaccionando, apelando a otro de los vicios más conocidos dentro del gremio periodístico, Pamela Díaz "invitó" a la muchachada acreditada -su público objetivo- a una noche de copas en una conocida discoteque de la ciudad jardín. Me imagino a los votantes sentados en la barra: "No se preocupe Pamelita, nosostros vamos a votar por usted". Pamplinas.

A la señora de Manuel Neira ni siquiera le alcanzó para superar a Rocío Marengo (una candidata que invirtió prensa y relaciones públicas en su campaña, pero que a pesar de ello no contó con el apoyo de los electores) y fue así como Luciana Salazar, la notera hot, se quedó con la corona.

¿Qué prueba todo esto? Lo rascas que son mis colegas, lo calientes que se ponen con un par de pechugas adelante y lo buen anfitriones que son con la amiga forastera. La Salazar (así supe le gusta que le digan) probó que contra la fórmula TP (teta y poto) hay poco que hacer. Ello, aunque las evidencias señalen claramente la artificalidad de las cualidades de la reina.

Atrás, empolvados en el fondo del baúl de los recuerdos, quedaron las reinas de antaño. Aquellas que por su simpatía y por su carisma eran dignas representantes del cetro. Lo sé, ni siquiera ser Miss Chile está muy bien visto, pero lo de este año en el Festival de Viña raya en lo patético.

Ojalá que el próximo año no se les ocurra traer a la Pamela Anderson o a la Brooke Burke, porque cualquiera de esas debería ser nombrada Reina Vitalicia y Benemérita. No hay salud.


EL DEPORTE MÁS HERMOSO DEL MUNDO

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Varias veces me he confesado como un adicto crónico al fútbol. Pese a que no recuerdo el primer partido que vi en mi vida, sí recuerdo mis idas a Santa Laura los domingos a las 11:30 y hasta recuerdo haber ido a una reunión triple, tres partidos por el mismo precio, en el Estadio Nacional. Amo al fútbol tanto como a mi tortuga y cuando no hay partidos que ver me siento como vacío, como estafado por la vida.

Es cierto, soy algo radical pero tengo tratamiento y ha surtido efecto. Soy capaz de perderme los partidos de mi equipo y de otros equipazos de renombre internacional por una buena ida al cine, por un paseo o por una conversación simple y trivial. Como la canción, "Me gusta el fútbol" y como dice Luis Omar Tapia, el periodista chileno que habla como argentino y que trabaja en ESPN, el fútbol es el deporte más hermoso del mundo.

Ok, pero ¿A qué viene esta apología? ¿Tan desconectado estoy con el resto que no me he dado cuenta del Festival de Viña? No estimados y nunca bien ponderados lectores. Todo lo contrario. Les explico.

Ya he hablado acerca de los programas rémoras, aquellos que profitan del espectáculo estival olvidándose por completo de todo lo importante y novedoso que pueda sucerder lejos de la Quinta Vergara.

Todos los canales, así como siguiendo un dogma, destinan valiosos minutos de su programación a cubrir (el concepto es amplio y se adapta a las necesidades y objetivos de cada estación) el festival. Ya. Acepto. El problema viene cuando, en nombre de esta supuesta moda autoexigida, aparecen los opinólogos de última hora, los críticos más feroces, los asesores de imagen guardados en el clóset, los reporteros divertidos, los no tanto, los tira combos, los ataja patadas, los noteros de aeropuerto, los de calle, los de seguimiento, los de entrega (esos que le regalan a sus entrevistados), los payasos, los noteros pesados y los noteros oficiales y los contraoficiales.Uf! Me canso de detallar y, si quisiera podría engrosar la lista.

Lo mismo pasa con los comentaristas, con los bailarines, con los invitados y con todo, con todo el mundillo que gira en torno al festival y que, a veces, se identifica bajo el alero de la palabra farándula.

No es muy difícil, en consecuencia con lo anterior, predecir lo que va a pasar. Para Canal 13 (como antes lo era para TVN y Mega) todo lo que pasa en el festival es súper bueno, lindo, regio, qué rico buena onda. Obviamente, desde la trinchera contraria, se bombardea con todo lo que se tenga a mano, dicha versión: Festival Chanta, fome, apagado, bajo nivel, aburrido, tardío y todo lo que se le puede decir, negativamente, vale. Aparecen generales de la opinión y también soldados y hasta conscriptos de la opinología, atreviéndose -como si estuvieran descifrando el más intrincado de los secretos- a leventar la voz y a apuntar con el dedo.

¿Qué nuevo puede pasar en el Festival de Viña del Mar? Se dice que ahora sí no habrá gaviotas para los artistas del show y, en la primera noche, se entrega la primera y lo mismo en la segunda y así, tenemos un promedio de una por noche. Montaner no dio con el tono y no importa, como si estuviera animando o conduciendo o presentando el Festival de la Almeja, ¡no importa! Grita y grita, apollerado como pocos, no se suelta de la mano de Miryam y estoy pensando seriamente en mandar currículum. Por la mitad de la plata (US$100 mil) hago la misma pega y mejor.

¿Y el fútbol, me olvidé del fútbol? No.

En el fútbol, queridos amigos, uno siempre está echado a la suerte, siempre hay un factor de riesgo, de impredictibilidad que muchas veces es tanto o más poderoso que los clímax de Shakespere. Los equipos chicos se rebelan y golean al campeón, el equipo de las figuras, de las estrellas ¡y más encima en una final! A veces, también pasa, uno ve y goza y se deleita con la actuación de un jugador en particular, un hábil de la pelota que la pide y la pide, aunque cada uno de esos pedidos signifique una patada de padre y señor mío.

Puede pasar algo en el público, en la cancha, con las luces (El Francisco Sánchez Rumoroso es tristemente célebre en este ítem), con el árbitro, qué sé yo. Puede pasar de todo.

Por eso me gusta el fútbol, porque es una página en blanco, porque en alguna medida es un terreno incierto, imprevisible. Si no me creen, vayan y pregúntenle a los tipos de Xperto y todos los juegos de apuesta que se organizan en torno al fútbol. Ahí les explicarán lo del azar, algo muy distinto a lo que se vio, se ve y se verá en el Festival de Viña del Mar. Más de lo mismo, siempre y, lo más triste de todo, cada vez peor.


CLASES DE PERIODISMO

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Inconformista impenitente, siempre trato de darle una vuelta más a las cosas, a ver si así se pueden mejorar y, buscando no sólo mi beneficio sino nuestro desarrollo como país y sociedad, he decidido hacer lo mismo a propósito del Festival de Viña y los programas rémoras que se alimentan de tan magno evento. Es simple, asistimos -lo queramos o no- a una especie de diplomado, de postgrado de periodismo (algunos podrían decir que se trata sólo de un cursillo de verano) del que, si somos optimistas, podemos sacar grandes lecciones.

Luciana Salazar es el nombre de moda por éstos días y si nada extraño pasa, debería ser la próxima Reina del Festival, un cetro bastardo, un invento de los reporteros y camarógrafos que cubren la competencia internacional de canciones y que, por lo general, estaba destinado a las más carismáticas y simpáticas féminas, no a las que a la primera de cuentas, se sacan los sostenes para atajar su desparramada silicona. En fin.

Salazar, les decía, llegó con un cartel sobre su rostro: Notera Hot. Cual come hombres, una especie de Trauco femenina, la ¿modelo? ¿vedette? ¿notera?... la argentina llegó con el firme propósito de revolucionar el ambiente creado en torno al festival, claro está, echando agua para otro molino, el de Chilevisión en este caso. Primera lección: El periodismo de espectáculos o de farándula (periodismo al fin y al cabo) está tan mal visto que la responsabilidad es transferible a la primera que pase por el lado. Tomar un micrófono, bajarse de un auto para preguntar -en el medio de la calle- "¿Cómo estás? ¿Cómo llegaste a Chile? ¿Qué te parece la recepción de la gente?" y, después de esa pseudoentrevista, entregar una botella de vino (algo así como un regalo representativo de nuestro país) no es muy difícil. Y claro que no lo es, eso se hace y se acepta como trabajo periodístico. Sigamos.

Un día después de dejar turnios a todos los que la vieron en vivo y en directo en aquella piscina y también en las portadas de los diarios, la Salazar llegó a la conferencia de prensa de Juanes, el cantante colombiano. La ceremonia ya atravesaba el conflicto político colombiano y, de no haber sido interrumpida por la argentina, no hubiera sido extraño que Juanes fuera inquerido acerca de la Guerra de Irak o el Tsunami en Asia, grandes temas en los que la voz de un cantante pop es chancho en misa.

Apenas la rubia asomó sus narices (hablo en sentido figurado, el foto finish señala claramente que antes que su nariz, otra parte de su anatomía cruzó el umbral de la puerta primero) Juanes dejó de ser noticia y el centro de interés pasó a ser Luciana Salazar. Obvio, ajustándose a sus propias declaraciones, no sería extraño que la argentina decidiera tirarse encima del colombiano y, enarbolando los principios bolivarianos, haya copulado con el cantante. Segunda lección: La fórmula TP (teta y poto) vendió, vende y venderá. Ante el generoso adelanto de Salazar en la piscina, una instantánea de la blonda argentina subió casi diez veces su valor, se cotiza mucho mejor en las salas de diagramación de los diarios y, se dice, por tres de la Marengo y una de la Pamela Díaz (no hay parentesco) se transa una de la Salazar. Además, un tipo bajo perfil y políticamente correcto como Juanes (distinto sería el caso si en la conferencia hubiera estado el propio Montaner o Miguel Bosé) es muy poco peso para contrarrestar la avalancha mediática que vino desde la Argentina.

El bochorno -así titulado por la prensa más recatada- obligó a Canal 13 a tomar medidas, a tirar las riendas y ponerle freno a la situación: Luciana Salazar no tiene más credencial para cubrir el festival. Tercera lección: ¿Qué demonios llevó a Canal 13 a pensar que Luciana Salazar podría cubrir el festival y acreditarla como una profesional más? Si Salazar tiene credencial para cubrir el festival, para el próximo año démosle un cartoncito plastificado a la mamá de Massú y listo, nos vamos todos para la casa. En concordancia con la primera lección que he señalado, cualquier pelagato (a) es capaz de hacer el trabajo que significa cubrir el festival de Viña del Mar. Además, tirar codazos y empujones lo sabe uno desde chiquitito, desde que en el colegio empezó a pelear por las leseras que se pelea en el colegio.

A veces pienso en qué sería de toda la parrilla festivalera si, en una de esas, Pinochet decide morirse por éstos días, si el Papa, que está tan enfermo, muriera. A veces pienso (y todo esto es una demostración de aquello) que el Festival está sobredimensionado y que hace rato dejó de ser lo que fue, es decir, una competencia de fuste y renombre.

A veces pienso qué sería de Viña del Mar organizado por los alemanes, por los canadienses o por los franceses. Sería como el festival de Berlín o el de Cannes, los periodistas (perfectamente uniformados para la situación) a un lado de la línea y los artistas al otro. Cada uno a su turno, sin gritos ni empujones, haría sus preguntas y trabajaría con absoluta tranquilidad. Nos olvidaríamos de la mala onda, de las censuras, de los cortes y de las deslealtades.

Ah! A propósito. No conformes con la impresentable actitud moral que tuvo años atrás cuando le dio pantalla a la pareja Morandé-Bolocco (los que debieron ser rostros de la campaña mediática sobre la ley de matrimonio civil o ley de divorcio) Canal 13 volvió a mofarse de María Eugenia Larraín y su truncado matrimonio con Iván Zamorano. Sería bueno, como dijo alguien por ahí, que los comediantes imitadores (Daniel Alcaíno y Renata Bravo) hicieran el papel de Tatiana Merino para ver la cara que pone Álvaro Salas, digo yo, para que se haga justicia y no se use a la maniquí de turno para la chacota. Mal que mal, la modelo también merece respeto. Cuarta, última y más importante lección: En TV el rating manda, si es necesario humillar y hacer caer en la trampa a una de las miembros del mismo equipo de trabajo del programa y eso puede llegar a marcar... ¡se hace! Y ojalá que llore, que haga escándalo y que le pegue a alguien, bote las cámaras y rompa los focos.

Canal 13, como TVN, Mega, la Red o Chilevisión viven del rating, viven de sus avisadores y por eso hacen todo lo que sus propios límites le permitan hacer. Incluso, cuando las supuestas líneas programáticas o dogmas morales o políticos sean muy rígidos, se corren. En Mega, una especie de bastión moral si atendemos los comentarios del padre Hasbún, la fórmula TP hace nata con Morandé y sus chicas. En Canal 13 los casos ya han sido expuestos y, seguramente, seguirán acumulándose, ya que en época de vacas flacas todo se vende, todo, hasta la pontificicación de los programas.


TRUPÁN UNPLUGGED

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A unos sesenta kilómetros al oriente de una de las ciudades más calurosas del país (Chillán), serpenteando un camino angosto y pavimentado sólo en su inicio, una vez pasado Yungay y Huepil se llega a Trupán, el pueblo que me inspira en esta oportunidad y que es lo más parecido a una foto que he visto en mucho tiempo.

En Trupán la única calle pavimentada lleva el nombre de uno de los próceres de la zona, un latifundista de aquellos y que, sin temor a equivocaciones, debe ser el dueño de la mitad de la región. Ésa calle, Alejandro Pérez se llama, es como la Alameda de Santiago. Atraviesa la plaza del pueblo, la comisaría, la escuela, el correo y un par de los negocios (tengo miedo a llamarlos supermercados por más que a sí mismos se autodenomien como tales) para terminar en el puente que cruza el río que a su vez, es alimentado por el Lago Laja, ahora refugio de los cisnes que huyeron desde Valdivia y los desechos tóxicos.

En Trupán la vida transcurre sin aspavientos ni prisa. Apenas una quinta de apellidos dominan gran parte de su población (que dudo supere el milenio de habitantes) y todos se conocen. Como turista de fin de semana en el lugar sentí la mirada inquisidora de los trupaninos, extrañados a la presencia de ajenos en sus pagos.

Efectivamente, en Trupán existe apenas una comisaría. Un retén mejor dicho, y que depende de la Tenencia de Huepil que a su vez debe ser una subsidiaria de una de las pocas comisarias de la comarca. El carabinero a cargo debe estar bajo el régimen de vacaciones pagadas porque su única preocupación debe ser bajar gatos de los árboles, éso siempre y cuando los bomberos no lo hayan hecho antes que él.

En Trupán, huelga decirlo, nadie está apurado y están contentos así. Casi no suenan los celulares porque hay que subirse a una de las lomas que rodean al pueblo para captar la señal de la antena más cercana y eso no es importante. Si hay que decirle algo a alguien se camina o se monta a caballo para decírselo personalmente. Lo más probable es que se termine comiendo una tortilla recién horneada o se disfrute del sabor que sólo los frutos inmediatamente sacados del árbol tienen, así con hojas y todo.

En Trupán vi lo que he leído de otros pueblos o ciudades, de Europa principalmente, y que tiene que ver con la seguridad de sus habitantes. Como están todos en otra, como todos se conocen y nadie tiene problemas con eso, las puertas de las casas están siempre abiertas. Si se cierran no es para impedir el ingreso de los ladrones furtivos, sino de los animales, los únicos seres irracionales que pueden causar desmanes o desórdenes en el pueblo.

En Trupán la vida parece estar estacionada. A nadie parece importarle mucho los índices de desempleo, la UF o el precio del dólar. La preocupación de los trupaninos, sobre todo por éstos días, está ocupada por su fiesta, por su semana de celebraciones.

La fiesta de Trupán es -la- oportunidad que tiene el teatro del lugar (una de las pocas construcciones que tiene más de un piso de altura, aunque eso sólo signifique que tiene dos) para lucirse, para desempolvarse y rememorar tiempos mozos.

En Trupán, me alegra decirlo, la gente es sobre todo eso. Gente. Cada quien saluda a cada quien con la amabilidad que sólo pueden tener los hombres y mujeres de campo, personas alegres y contentas de su vida, sacrificada y abnegada como las que más, pero vida al fin y al cabo.

En perfecta armonía con la exhuberante naturaleza de la zona, en Trupán la vida sigue y sigue y no sería extraño perder la cuenta de los días si se pasa más de una semana en el pueblo.

Trupán, con esto termino, es el lugar perfecto para quienes buscan eso que se llama desenchufarse o desconectarse. En Trupán, podría ser el lema, su satisfacción está garantizada. Yo atestigüo eso, se los aseguro.


NO PODEMOS VIVIR SIN VIÑA

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El título, para los que no lo saben, es el nombre de uno de los programas de verano, una especie de engendro sin pies ni cabeza que aprovecha las condiciones estivales (al parecer favorables para este tipo de desarrollos) para mostrarse, cual vieja guatona y celulítica, en bikini.

El capital invertido por TVN en el programa que conduce Julio César Rodríguez es tan básico como las horas de búsqueda (o de buceo) en el archivo del único canal que puede jactarse de tener tanto y tanto material sobre Viña del Mar. De hecho, me parecía extraño que un programa así no se haya concretado antes. Poroto para Rodríguez.

Sin embargo, y como si se tratara de una tragedia griega de las clásicas, el mayor activo, el mayor beneficio que puede tener un programa como No Podemos Vivir Sin Viña es precísamente su piedra en el zapato, su talón de Aquiles o su punto más débil. ¿Cómo así? Lo explico con la siguiente analogía: En medio de un salar, una ensalada. Es tanta la sal que hay alrededor, es tal la cantidad del recurso disponible que sólo es posible echarle terrones del mineral y nuestra deliciosa ensalada queda mal.

Lo que quiero decir es que a No Podemos Vivir Sin Viña le falta procesamiento, le falta valor agregado. Tal vez una periodista como Ana Josefa Silva y no una Miss Playboy como Claudia Marín ayudaría a ése propósito. A veces siento que el único engrupido con el cuento es el conductor (se nota que es su primera experiencia con las riendas de un programa) y que él y sólo él es el único capaz de entender y, por lo mismo, de gozar el programa. Las lágrimas del capítulo de hoy, entrevistando a Cecilia, así lo demuestran.

Lo de Umaña y Fonseca, una especie de skechts de humor dentro del programa (sobre todo el primero) son más bien elementos ajenos o por lo menos descontextualizados en el programa. Si lo que quiere No Podemos... es reírse del ambiente festivalero, démosle más hilo al volantín de Umaña. Por el contrario, si el objetivo es rescatar la memoria colectiva de los mejores años del Festival (un objetivo logrado muchas veces), propósito que además es potenciado por las entrevistas -más de alguien puede llamarlas relaciones públicas- en el set, lo que hay que hacer es descartar las interveciones poco graciosas y absurdas del notero en práctica.

Claramente éste no será un programa que marque hito ni mucho menos. Su gracia está en rellenar un valioso espacio en la parrilla con el menor presupuesto posible. No piloteó y eso también se notó y demuestra lo chasquilla del proceso de pre producción del espacio.

A muchos no les podrá gustar y a otros sí. Personalmente estoy en el segundo grupo. Por eso mismo es que me permito el derecho a la crítica y a la opinión. Siento que hay una muy buena idea, una funcional puesta en marcha de los recursos y eso está bien y debe aplaudirse. El problema es que me gusta la ensalada con la cantidad justa de sal.



CONSEQUENTIA

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Hace rato que quería escribir algo sobre La Granja, el reality de turno, el único que cuenta a la hora de los quiubos, esa especie de ventana indiscreta a través de la cual todos, algunos en mayor medida que otros, nos gusta ver. Y hoy, cuando la palabra consecuencia parecía enjuague bucal en las gargantas de todos los que pregonaban (Pato Yáñez y cortos de manga incluídos) a los cuatro vientos sus valores y sus principios, me parece que es el mejor momento para hacerlo.

Periodista mateo, lo primero que hice antes de sentarme frente a mi querido PC, fue buscar lo que la Real Academia Española de la Lengua dice sobre la palabra en cuestión, la mentada consecuencia. Pues, para vuestra información, les informo que en su segunda acepción, consecuencia es la "Correspondencia lógica entre la conducta de una persona y los principios que profesa".

Ahora bien ¿quiénes de los que gargarearon con el valor son realmente consecuentes en el sentido literal de la palabra?

Ok. Aceptémoslo. De hecho lo sé, sé cómo funciona el tema y tengo súper clara la diferencia entre un programa de TV, un reality show más encima (género que para más de algún purista de la TV es considerado TV Basura) y un sermón o una clase magistral de valores y educación moral.

Incluso, no me extrañaría ver celebrar a los ejecutivos del Canal 13 (vaya que lo necesitan) por las inesperadas actitudes de los concursantes del verano. Si algo le faltaba al programa para que marcara, eso ahora lo tienen (o lo tuvieron) y con creces. La polémica y el ruido son siempre buenos aliados para la audiencia, aunque en esto Guerra de Bares sea la excepción que confirme la regla.

Insisto en que jamás busqué a mis sidarthas en la casona de Pirque ni mucho menos, pero cuando uno se fideliza con el programa y ve a personas que parecen serias y responsables, gallos harto pelúos como diría mi abuelita, lo que menos espera de ellos es que asuman las consecuencias de sus actos.

¡Cagones, maricones y brabucones de última hora! Zancudos de la polémica barata, personas tan camaleónicas como la que más. Éso es lo que son, especialmente el profesor de artes marciales que alucina con una dosis de proteínas forradas en lana.

No sé lo que vaya a estar haciendo cuando el gil ese desocupe su privilegiada tribuna para enfrentar al público, pero, si no hay nada mejor, me comprometo a ir a increparlo al canal o a donde sea y por los medios que sean. De hecho, éste es el primer paso. Ojalá que los tomates estén baratos.


  • I'm Jorge Enrique Díaz Pérez
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