Crecí pichangueando en un block de la Villa Frei, ahí, en Ramón Cruz con Grecia. Me juntaba con el Tonga, el Alan, el Juan José, el Roro y otros más que no recuerdo ahora. Como es obvio, cada uno defendía lo suyo y nos creíamos nuestros respectivos héroes.
El Tonga era uno de esos colocolinos acérrimos, de casta colocolina. Todo en su familia giraba en torno al cacique y no exagero si digo que en el living de aquel departamento de primer piso había una bandera con el indio en el medio.
En sus mejores jugadas, el Tonga (Cristián Muñoz si no me equivoco) imitaba a Horacio Simaldone, un argentino que llegó por aquellos años a Colo Colo. Zurdito, bueno para la cachaña, como el Tonga.
El Alan era chuncho. Sus hermanos eran chunchos, se juraban chunchos y se encargaban de hacerlo saber sin disimulo. Desde la bolsa que tenían para guardar las bolitas, hasta el clásico jockey, pasando por las mochilas y hasta la ventana de su dormitorio... ¡En todas partes podía caber un chuncho! A la hora de jugar, el Alan se juraba como el Chico Hoffens. Bueno, por lo menos el porte lo tenía...
Yo cerraba el círculo. Cruzado de tomo y lomo, de domingo en la mañana en Santa Laura, con el olor a la feria rondando las narices, siempre con mi viejo y mi hermana menor volando por el cielo cada vez que Católica hacía un gol (y no eran pocos, ah). Uniformado y todo (New Leader, regalo del Viejo Pascuero obvio), yo me creía el Arica Hurtado por lo negro y goleador sería. No sé.
¿A qué viene todo esto? A que desde chico uno tiene al rival cerca. Las burlas, bromas e ironías al otro día de un clásico (CC-UC, CC-UCH, UCH-CC o UC-UCH) estaban a la orden del día y nadie puede negar ahora que se sentía grato salir a la calle con la satisfacción de un triunfo en el bolsillo. ¡Por favor!
Pasaba en la calle, en el barrio, en el colegio, en la universidad y ahora en el trabajo u oficina, cualquiera que sea. Siempre es lo mismo y la rivalidad de los equipos clásicos nos sobrevivirá hagamos lo que hagamos.
No está mal que así sea. Por el contrario creo yo. La gracia es ser diferente, disentir. Siempre con respeto, obvio, pero disentir. Por algo son equipos diferentes, colores diferentes, camisetas diferentes, historias diferentes...
Para qué ahondar en los cara a cara, allí, en la cancha. Escuchando los insultos desde el otro lado de la cancha, las celebraciones históricas, los títulos, las vueltas olímpicas... Así es la vida.
Por todo lo anterior es que me parece absurdo, o al menos cuestionable, toda esta suerte de buena onda de última hora para con la U en su partido ante Chivas por Copa Libertadores.
Si el escenario fuera distinto, seguro que el Alan o el Tonga harían lo mismo. No puedo vestirme con ropajes ajenos y decir, quizás con qué cara, que "Oh si, quiero que gane la U por el bien del fútbol chileno" ¡Mis polainas! ¡No me hueís!
Como dice un buen amigo, no tengo velas en este entierro. Pase lo que pase, ojalá lo hagan piola, tranquilos, que no quede ninguna cagá de gran escala. No rompan el estadio nuevo, por ejemplo.
Si ganan bien. Y si pierden, para qué estamos con leseras, mejor.
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