Soy concertacionista, bacheletista para más señas, y como es obvio estoy profundamente emocionado con el 11 de marzo.
Acaban de transmitir la última cadena nacional a cargo de Michelle Bachelet y mientras tomaba el té, caliente todavía, los pelos de los brazos se me erizaron como si estuviera en el polo norte.
Tuve la suerte de conocer a la Presidenta en persona. Gracias a mi profesión viajé en una delegación oficial a Chillán. Recuerdo que cuando entró al avión, y pese a que era una mañana de primavera, la cabina se iluminó aún más. ¿Han escuchado de esas personas que llenan los espacios? Eso mismito pasa con la Presidenta, mi Presidenta. Ay (suspiro)!
Ojo que no todo es pleitesía. Hubo errores graves, gravísimos y tontos también. La lista es larga seguramente, pero lo que desequilibra la balanza a favor de la aceptación (no soy sólo yo, vean las encuestas) es la convicción de creer que las cosas se hicieron honesta y desinteresadamente. Con pasión, auténtica pasión y ganas de servir a los demás... No en vano es doctora, ¿no creen?
Las despedidas son así: tristes, llenas de nostalgia, lágrimas y pañuelos. Pero no hay vuelta atrás y si la mayoría dijo basta, basta será. Desde ahora en adelante cruzaré la vereda y seguiré mis pasos, crítico siempre, esperando una nueva oportunidad.
Por si faltaba decirlo, sinceramente le deseo lo mejor al nuevo Presidente. El éxito de su trabajo redunda en beneficios para todos y en esto, sobre todo en estos momentos, hay que remar para el mismo lado.
Pero el motivo del post no es ese, sino decir emocionado y hasta orgulloso
Gracias Presidenta. Gracias por su dedicación, por su compromiso y por su esfuerzo. Bienvenida a la historia y muy especialmente, bienvenida al resto de los días de su vida. Acá tiene, siempre lo tendrá, apoyo y cariño. Usted se lo merece.
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