Inconformista impenitente, siempre trato de darle una vuelta más a las cosas, a ver si así se pueden mejorar y, buscando no sólo mi beneficio sino nuestro desarrollo como país y sociedad, he decidido hacer lo mismo a propósito del Festival de Viña y los programas rémoras que se alimentan de tan magno evento. Es simple, asistimos -lo queramos o no- a una especie de diplomado, de postgrado de periodismo (algunos podrían decir que se trata sólo de un cursillo de verano) del que, si somos optimistas, podemos sacar grandes lecciones.
Luciana Salazar es el nombre de moda por éstos días y si nada extraño pasa, debería ser la próxima Reina del Festival, un cetro bastardo, un invento de los reporteros y camarógrafos que cubren la competencia internacional de canciones y que, por lo general, estaba destinado a las más carismáticas y simpáticas féminas, no a las que a la primera de cuentas, se sacan los sostenes para atajar su desparramada silicona. En fin.
Salazar, les decía, llegó con un cartel sobre su rostro: Notera Hot. Cual come hombres, una especie de Trauco femenina, la ¿modelo? ¿vedette? ¿notera?... la argentina llegó con el firme propósito de revolucionar el ambiente creado en torno al festival, claro está, echando agua para otro molino, el de Chilevisión en este caso.
Primera lección: El periodismo de espectáculos o de farándula (periodismo al fin y al cabo) está tan mal visto que la responsabilidad es transferible a la primera que pase por el lado. Tomar un micrófono, bajarse de un auto para preguntar -en el medio de la calle- "¿Cómo estás? ¿Cómo llegaste a Chile? ¿Qué te parece la recepción de la gente?" y, después de esa pseudoentrevista, entregar una botella de vino (algo así como un regalo representativo de nuestro país) no es muy difícil. Y claro que no lo es, eso se hace y se acepta como trabajo periodístico. Sigamos.
Un día después de dejar turnios a todos los que la vieron en vivo y en directo en aquella piscina y también en las portadas de los diarios, la Salazar llegó a la conferencia de prensa de Juanes, el cantante colombiano. La ceremonia ya atravesaba el conflicto político colombiano y, de no haber sido interrumpida por la argentina, no hubiera sido extraño que Juanes fuera inquerido acerca de la Guerra de Irak o el Tsunami en Asia, grandes temas en los que la voz de un cantante pop es chancho en misa.
Apenas la rubia asomó sus narices (hablo en sentido figurado, el foto finish señala claramente que antes que su nariz, otra parte de su anatomía cruzó el umbral de la puerta primero) Juanes dejó de ser noticia y el centro de interés pasó a ser Luciana Salazar. Obvio, ajustándose a sus propias declaraciones, no sería extraño que la argentina decidiera tirarse encima del colombiano y, enarbolando los principios bolivarianos, haya copulado con el cantante.
Segunda lección: La fórmula TP (teta y poto) vendió, vende y venderá. Ante el generoso adelanto de Salazar en la piscina, una instantánea de la blonda argentina subió casi diez veces su valor, se cotiza mucho mejor en las salas de diagramación de los diarios y, se dice, por tres de la Marengo y una de la Pamela Díaz (no hay parentesco) se transa una de la Salazar. Además, un tipo bajo perfil y políticamente correcto como Juanes (distinto sería el caso si en la conferencia hubiera estado el propio Montaner o Miguel Bosé) es muy poco peso para contrarrestar la avalancha mediática que vino desde la Argentina.
El bochorno -así titulado por la prensa más recatada- obligó a Canal 13 a tomar medidas, a tirar las riendas y ponerle freno a la situación: Luciana Salazar no tiene más credencial para cubrir el festival.
Tercera lección: ¿Qué demonios llevó a Canal 13 a pensar que Luciana Salazar podría cubrir el festival y acreditarla como una profesional más? Si Salazar tiene credencial para cubrir el festival, para el próximo año démosle un cartoncito plastificado a la mamá de Massú y listo, nos vamos todos para la casa. En concordancia con la primera lección que he señalado, cualquier pelagato (a) es capaz de hacer el trabajo que significa cubrir el festival de Viña del Mar. Además, tirar codazos y empujones lo sabe uno desde chiquitito, desde que en el colegio empezó a pelear por las leseras que se pelea en el colegio.
A veces pienso en qué sería de toda la parrilla festivalera si, en una de esas, Pinochet decide morirse por éstos días, si el Papa, que está tan enfermo, muriera. A veces pienso (y todo esto es una demostración de aquello) que el Festival está sobredimensionado y que hace rato dejó de ser lo que fue, es decir, una competencia de fuste y renombre.
A veces pienso qué sería de Viña del Mar organizado por los alemanes, por los canadienses o por los franceses. Sería como el festival de Berlín o el de Cannes, los periodistas (perfectamente uniformados para la situación) a un lado de la línea y los artistas al otro. Cada uno a su turno, sin gritos ni empujones, haría sus preguntas y trabajaría con absoluta tranquilidad. Nos olvidaríamos de la mala onda, de las censuras, de los cortes y de las deslealtades.
Ah! A propósito. No conformes con la impresentable actitud moral que tuvo años atrás cuando le dio pantalla a la pareja Morandé-Bolocco (los que debieron ser rostros de la campaña mediática sobre la ley de matrimonio civil o ley de divorcio) Canal 13 volvió a mofarse de María Eugenia Larraín y su truncado matrimonio con Iván Zamorano. Sería bueno, como dijo alguien por ahí, que los comediantes imitadores (Daniel Alcaíno y Renata Bravo) hicieran el papel de Tatiana Merino para ver la cara que pone Álvaro Salas, digo yo, para que se haga justicia y no se use a la maniquí de turno para la chacota. Mal que mal, la modelo también merece respeto.
Cuarta, última y más importante lección: En TV el rating manda, si es necesario humillar y hacer caer en la trampa a una de las miembros del mismo equipo de trabajo del programa y eso puede llegar a marcar... ¡se hace! Y ojalá que llore, que haga escándalo y que le pegue a alguien, bote las cámaras y rompa los focos.
Canal 13, como TVN, Mega, la Red o Chilevisión viven del rating, viven de sus avisadores y por eso hacen todo lo que sus propios límites le permitan hacer. Incluso, cuando las supuestas líneas programáticas o dogmas morales o políticos sean muy rígidos, se corren. En Mega, una especie de bastión moral si atendemos los comentarios del padre Hasbún, la fórmula TP hace nata con Morandé y sus chicas. En Canal 13 los casos ya han sido expuestos y, seguramente, seguirán acumulándose, ya que en época de vacas flacas todo se vende, todo, hasta la pontificicación de los programas.