Los 19 de cada mes, hace rato ya, dejaron de ser un día común y corriente. Desde que Enrique Opazo, párroco de Reñaca puso la imagen de San Expedito en las vitrinas de su santuario con pinta de
mall, no es recomendable ir al balneario de la Quinta Región.
El caso, una noticia en la pauta de cualquier medio que se precie de tal, moviliza a carabineros, a comerciantes, a creyentes de última hora y también a los de siempre, aquellos que no trepidan en los sacrificios más extremos con tal de responderle al santo de moda. San Expedito es de los más "in" y cualquier otra devoción es tan absurda como "out".
Con más preocupación que humor, recuerdo la pugna entre los Hurtadistas y los Expeditistas -como diría Aldo Schiapaccasse- que hace un tiempo instaló Las Últimas Noticias, una especie de revista coorporativa del santo de las cosas inmediatas. Plantear la situación así, como una pugna por tener más o menos seguidores, algo parecido a los
ratings de la TV o a la taquilla del cine, además de ridículo me parece chabacano, bananero y tercermundista. Mal.
Pero la discusión se planteó en ésos términos y no faltaron los que alegaron que la caída en la popularidad del Padre Hurtado se debía a que éste se dedica al mundo pobre, alejado de las clases que colman el santuario de Reñaca y entre cuyos distinguidos representantes se cuentan la familia Bolocco, Massú y los más granado de la Viña del Mar. Creo que por ahí va la cosa.
Sabido es el arribismo de nosotros, los chilenos. Desde los celulares de palo hasta los carros llenos en el supermercado (para pasearse y conversar con cuanto conocido se encuentre y luego, dejarlo pagando un paquete de cilantro, es decir, unos $200), nuestra imagen se adorna de una serie de elementos tan ficticios como superficiales, frívolos. A la hora de responder una encuesta, todo el mundo echa de menos la cultura, pero a la hora de los quiubos, el Kike Morandé se hace poco para responder a tanta demanda. Somos lo que no y pretendemos ser lo que menos somos.
San Expedito está de moda porque es top, porque está en Reñaca y no en Cartagena, porque en Santiago está en Providencia y no en Pedro Aguirre Cerda, porque, digamoslo, es una especie de Santo ABC1 y no C2 ni C3 como el jesuita que tiene su cuartel en Estación Central, qué rasca, atroz.
Confío en que el santo en cuestión pase a engrosar la lista que engalanan Las Tortugas Ninjas, Porto Seguro, Christell, los Ptrotagonistas (de la fama y de la música) y, en definitiva, todos aquellos inventos mediáticos que de vez en cuando aparecen, como fuegos artificiales, para desviar nuestra mirada y asistir a su apogeo, a su fulgoroso destello y después, a su inevitable apagamiento. Mal que mal, no podemos pasarnos la vida importando santos, sobre todo si tenemos material propio, como el citado Alberto Hurtado y Juanita Fernández Solar, Santa Teresa de los Andes.