Es mi vida, qué puedo hacer si ella me eligió. Adamo.
Definido por los expertos como el desastre natural más grande de la historia, con hasta la fecha 100 mil muertos -sin contar aún el impacto de las infecciones y enfermedades derivadas de la contaminación de las aguas o, sencilla e irónicamente, la falta de ella- el terremoto y posterior maremoto que asotó el sudeste asiático me ha hecho pensar, a un par de días de celebrar el año nuevo, en el destino.
Francisca Cooper Larraín era una perfecta desconocida hasta que su joven rostro apareció en las portadas de la prensa local bajo el peor de los titulares: Desaparecida en medio de la tragedia. La profesora de enseñanza básica, recientemente casada con el enólogo Aurelio Montes, disfrutaba de su luna de miel en lo más cercano al paraíso terrestre, las Islas Phi Phi.
Aurelio, ese domingo, le dijo a su amada que iba y volvía. Iba a correr al cerro y volvería a estar con ella. Nada malo podría pasar, pensó él -con todo el derecho del mundo- en esas circunstancias, así es que dejó a su esposa tomando sol en la piscina del lujoso hotel.
La historia que sigue es más o menos conocida por todos. De Francisca no se sabe nada y Aurelio, el pobre Aurelio, debe estar deshecho, esperando que eso llamado milagro, golpee su vida, esta vez en un sentido muchísimo más positivo, por cierto.
¿Qué es eso si no el impajaritable e inexorable destino? Se trata del momento trivial que deja de serlo después de un acontecimiento tan brusco y violento como el que sacudió las costas que baña el índico y que terminó modificando el eje de rotación de la tierra. Es como una cachetada, ya lo dije, para bien o para mal, pero cachetada al fin y al cabo, que después de un instante de silencio y pasmosidad, desencadena una vorágine difícilmente descriptible desde fuera de ella.
Según entiendo, porque una de mis hermanas leyó el libro, Daniela García (otro tristemente célebre nombre para nosotros los chilenos) le dijo a uno de sus amigos, un par de vagones antes de caer y ser mutilada por el tren en el que viajaba "cuídame".
Lo mismo.
Lo mismo y peor, porque ahora las circunstancias son especialmente coincidentes, está sufriendo el Alcalde de Valparaíso, Aldo Cornejo. La mañana de este viernes empezaba con un enlace en directo para la televisión. Una vez terminado el despacho, su asesor le pasó la llamada que nunca un padre quiere recibir, aquella en la que es avisado de una tremenda tragedia: La muerte de su hijo mayor.
El accidente, lamentable por cierto, sería menos trágico si el destino se hubiera guardado esta carta para otra oportunidad, cuando los carnavales culturales o cuando los festejos del año nuevo no ocuparan parte importante de la agenda del edil.
Pero como el destino es así, salió con un póquer y colocó a la polola de Jorge Cornejo en la micro que pasaba, temprano en la mañana, como tantas personas rumbo a su trabajo, por el lado del accidente. La joven reconoció el auto, se bajó y ya no quiso reconocer más, porque efectivamente se trataba de su pololo. Atroz.
Dista mucho de mi intención ponerme sotana y subirme al púlpito para pontificar o sermonear sobre lo que se debe y no se debe hacer. No es la idea. Lo único que me mueve a escribir éstas líneas es la casualidad de la fecha, que como ya lo dije, nos separa en unas cuantas horas del nuevo año.
En estos momentos, muchos de nosotros hemos recibido el típico saludo de bienestar y prosperidad para el 2005. Ya. Después de todo lo que he reseñado, ¿Alguien me puede traducir lo que significa próspero año nuevo?
Efectivamente, queridos lectores, nadie tiene ni la más remota idea de lo que nos puede pasar. Mucho menos, por cierto, los brujos de la TV. Cualquiera de nuestras acciones o movimientos podrían girar en 180º nuestra existencia y tendríamos que aceptarlo, porque así no más es.
Como dice el epígrafe de Adamo "
es mi vida, qué puedo hacer si ella me eligió".