No. Resulta que no voy a hablar del procesamiento de Augusto Pinochet Hiriart, tampoco de su hermano Marco Antonio ni menos de Jacqueline y Lucía. Tampoco voy a hablar, para los que ya estaban pensándolo, del documental Pinochet´s Children (protagonizado por Carolina Tohá, Alejandro Goic y Enrique Paris). No señor. En esta oportunidad me voy a referir a una suerte de herencia, un rasgo distintivo que no es necesariamente sanguíneo, y que caracteriza a los que otrora, colaboraron con el ahora procesado y hospitalizado militar.
Revisando los titulares de la prensa del día me encontré con la noticia que como tal, no lo es tanto. Me refiero a que no es extraño ni novedoso que las personas, civiles y militares, ligadas al régimen tengan este tipo de actitudes.
Los diarios señalan que Mónica Madariaga, ex ministra de justicia y según entiendo prima de Pinochet, estalló mientras hacía la fila en un supermercado del sector oriente de la capital, para ser fiel a la crónica periodística. La nota señala que la abogado no aguantó la espera ocasionada por la maldita caída del sistema que permite pagar con trajetas de crédito las compras del mes.
No me cuesta tanto imaginar la situación. El relato señala que la señora Madariaga le echó la caballería encima a quien resultó ser una ciudadana extranjera, escocesa más encima. "Fíjese que yo fui ministra de justicia del General Pinochet -la estoy escuchando- así es que mejor apúrese".
"¿Y a mí qué?" le tiene que haber respondido la escocesa, desacostumbrada a este tipo de prerrogativas absurdas en un lugar eminentemente libre y público, donde, precisamente, no importa si el que está al lado es, fue o será ministro. Si alguien tiene privilegios en los supermercados, ésos son los minusválidos y los ancianos.
Pero, siguiendo con la historia, se dice que la ciudadana escocesa insultó a la ex ministra diciéndole perra en un muy bien pronunciado scotish english. Ni corta ni perezosa, la Madariaga se acordó de sus años mozos, aquellos en los que la mano era de hierro, y cacheteó a su interlocutora, quien constató sus heridas en la Clínica Alemana y estampó la denuncia respectiva en la 17ª Comisaría.
Lo único que falta, y no me extrañaría que sucediera, es que se acuse a la escocesa de formar parte de una confabulación internacional, que está pagada por el comunismo internacional y que, probablemente le dirán, está "picada" porque a Pinochet no lo juzgaron en Londres.
Los Pinochetistas acérrimos dirán que esta es una más de las tantas canalladas a las que se están viendo afectados desde que el país es gobernado por los señores políticos, por el socialista inmundo de Lagos, etc., etc.
Sin embargo, les quiero recordar a todos ellos, a los que hacen fila en el Hospital Militar para aparecer cinco segundos en la TV y tratar de salvar algo del mancillado régimen, les quiero recordar que el único sistema que se cayó -espero definitivamente- es el sistema de la represión, de la desigualdad, del autoritarismo y de los abusos. Ser ex ministro, hijo, escolta o hasta el funcionario más penca de la dictadura no debió ser ni menos ahora lo es, un privilegio que permita pasar por encima de los derechos del otro, como lamentablemente sucedió.
Y lo más patético de todo es la trivialidad de la situación. El que esté libre de culpa, quien no haya perdido el tiempo en una fila porque se cayó el sistema o porque la señora que estaba adelante no tiene ni cheques ni efectivo para pagar, que lance la primera piedra. ¡Osea!
Si ni para esperar en un supermercado están dispuestos los pinochetistas, no me quiero ni imaginar su actitud en los tribunales o, peor aún, en el cementerio, cuando el benemérito inicie su inevitable descenso al infierno más asqueroso de todos.
Preparémonos. Los pinochetistas están especialmente irascibles. No se han dado cuenta que se les cayó el sistema.