Me acordé del ensayo de Vargas Llosa por lo curioso de su título, por lo oximorónico de él, pero, por eso mismo, por lo especialmente apropiado para estos momentos, cuando son las 23:20 horas del 31 de octubre, el día de las elecciones municpales en nuestro país.
La jornada partió con todo el menú de clichés y repeticiones más asquerosas y consabidas de todas las elecciones. A estas alturas, los apoyos de las elecciones son tanto o más inútiles -por lo repetitivos- que los que se usan para la Parada Militar. Veamos: La primera mesa en constituirse, los ancianos que fallecen en el lugar de votación, los delegados de la Junta Electoral, las viejas histéricas de siempre en las mesas de las comunas más populosas y los infaltables pastelitos, apoderados de los distintos partidos, reclamando hasta por el color de camisa que eligió el presidente de la mesa.
Todo lo anterior sin pasar por las mesas emblemáticas, como la del Presidente Lagos, como la que recibe a Joaquín Lavín y, si frivolizamos un poco más el dato, hasta las que llegan personajes como Jordi Castell y Cecilia Bolocco.
Pasan las horas y la cosa sigue su curso. No tendría por qué ser de otra manera, ya que hasta donde tengo memoria, Chile no es un país en el que se roben votos, en el que alguna maniobra desesperada de última hora obligue a decretar estado de sitio ni nada de eso. Por el contrario, salvo excepciones que sirven para amenizar una jornada terriblemente monótona, Chile es un país de "extraordinaria y ejemplar conducta cívica" y eso que todavía no conozco a alguien al que le hayan gustado las clases del citado ramo.
Después de cerrarse las primeras mesas y prenderse las primeras calculadoras, viene lo horriblemente patético de cada una de las elecciones, independientemente del color con el que se identifique uno, porque, huelga decirlo, aquí todos y cada uno de los políticos hacen su show y, como escuché decirlo 347.923 veces en el día, "todos intentan llevar agua a su molino".
Se escucha entonces, por 347.924 vez que las elecciones no se ganan ni se pierden, sino que se explican. Ok, pero sería tanto mejor que, aprovechando la molestia, terminen de explicar y de una buena vez, quién cresta perdió.