Sí, me estoy refiriendo al que por estos días debe ser uno de los principales enemigos del presidente de Estados Unidos, un lugar nada de despreciable, sobre todo si consideramos que el ranking está compuesto por pesos pesados como Saddam Hussein y Osama Bin Laden. Me refiero, cómo no, al gordito bonachón de Michael Moore, quien, otra vez, lo hizo.
¿Qué hizo el documentalista que está rompiendo los cánones del audiovisual al ganar, por ejemplo, la Palma de Oro del Festival de Cannes? Ni más ni menos que demostrarnos, especialmente a quiénes no consideraban que este tipo de cosas fueran posibles, cómo el vástago del ex director de la CIA, George W. Bush, nos metió el dedo en la boca. A mí, a ti, a todo el pueblo norteamericano y, de paso, a todo el resto del mundo.
La certeza y contundencia de las imágenes, matizadas con el irónico sentido del humor del que debe ser el hijo ilustre de Flint, Michigan, son tan abrumadoras que una vez terminada la sesión uno sale con cara de ¿Y ahora qué? Si todo esto fue verdad y sucedió en uno de los países más desarrollados y, se supone, un ejemplo de civilización dentro del mundo occidental, ¿qué más puede pasar?
Es después de estos casos que uno termina por querer a personajes como Tombolini, como Demetrio Marinakis y hasta al propio Juan Pablo Dávila. Gracias a Dios que tenemos que lidiar con este tipo de tramposos y no con los peces gordos que desenmascara Moore.
Disponiendo sus piezas de tal manera, el documentalista de lentes y gorro de béisbol pone, como ya lo hizo en Bowling for Columbine, en jaque a todo un sistema, a toda una sociedad de la que él mismo es parte y beneficiario, pero, al menos en su caso, el hombre tiene la decencia de poner el punto sobre las íes y no así, no seguir con la farsa de la guerra contra el terrorismo, las armas de destrucción masiva, etc.
En la pasada no se salvan ni los congresistas, ni los ministros, ni los secretarios ni mucho menos George W. Bush, quien podría llegar a convertirse -para los despistados que nunca faltan- en un perfecto papasnata. Pillados en todas y cada una de sus movidas, Moore deja en evidencia que las cosas no andan muy bien que digamos por esos lares.
Sin embargo, y ésta es la reflexión que me gustaría dejar instalada, el trabajo muestra una pequeña luz de esperanza, basada en la participación y en el activismo ciudadano, para que las atrocidades y los excesos cometidos desde la Casablanca se enmienden de alguna manera.
El pueblo norteamericano tiene la pelota en sus pies. Es su responsabilidad zanjar la situación votando por el que es, sin duda, la menos mala de las alternativas que presenta el restringido sistema electoral gringo. Kerry representa todo lo que Bush padece, al menos en la teoría. El hombre debería ganar, más aún con el tipo de ayuda que está recibiendo, por ejemplo, del propio Michael Moore.
Lo malo es que, tal como pasó en el 2000, nada nos puede asegurar que Jr. vuelva a meter las patas y así como barrió con Gore y las autoridades legítimamente electas, vuelva a hacerlo con Kerry y los suyos. Ojalá, profundamente ojalá, que no sea sí.