Como nunca antes Juvenal Olmos tenía a su alcance casi a todas las cartas de la baraja. Ubicados en el tercer lugar de la tabla, nos creímos el cuento y, tal vez demasiado influidos por el éxito del tenis en Atenas, llegamos al estadio Nacional con la certeza de que los tres puntos se quedaban en casa.
El propio técnico, si hacemos memoria, catalizó esta sensación un par de semanas antes, cuando anunció que frente a los colombianos Chile sería una de las selecciones más agresivas y ofensivas de lo que va corrido de eliminatoria. Salas, el Matador, estaba a punto. Pinilla estaba jugando con regularidad en el Sporting de Lisboa, lo propio sucedía con Héctor Tapia en el Cruzeiro y Navia, como siempre, era una de las figuras del América. Para colmo, Pizarro y Mirosevic estaban sin lesiones y a la lista de volantes ofensivos se sumaba Rodrigo Tello, uno que se ganó la citación con un golazo en Old Trafford.
Sin embargo y pese a todas las expectativas que se habían generdo en el triunfalista ambiente predieciochero, Chile apenas empató cero a cero. Las pifias, como pocas veces en este proceso, fueron el telón de fondo para el camino de los jugadores y del propio Olmos hacia el camarín.
¿Qué pasó? La selección no ha mostrado lo que a estas alturas debería ser un discurso más que aprendido por lo repetido. Todo el mundo sabe a lo que juega Argentina, a lo que juega Brasil, Paraguay y hasta Venezuela; pero quién podría explicar cuál es el patrón de juego de la selección olmista.
El técnico dio sus pistas en el minuto fatal del partido de anoche, justo cuando sacó a David Pizarro y a Milovan Mirosevic para colocar a Rodrigo Tello y a Rodrigo Valenzuela. Olmos, como si se convirtiera en velocista desde que se instaló en la banca, prefiere los llamados carrileros, jugadores que desborden y que se coman las líneas, todo ello en detrimento de aquellos talentos que ponen la pelota contra el piso, que cambian de ritmo y de frente, jugadores que lo representaron en su etapa como jugador y de los que, al parecer, el ahora técnico reniega.
Si a ello le sumamos la escasa puntería de Pinilla, Navia y del propio Marcelo Salas y también un arbitraje de aquellos, tenemos como resultado el bodrio de anoche en Ñuñoa. Pelotazo tras pelotazo, ollazo tras ollazo, Chile trató pero no pudo romper el cerrojo colombiano. Sólo cuando trianguló por el medio, a ras de piso, la Roja mostró chispasos de buen fútbol. Ojalá Juvenal tenga el video a mano, que lo mire de vez en cuando y aprenda la lección, porque la próxima vez que nos veamos en el Nacional jugaremos frente a Argentina, aunque como están las cosas, lo más probable es que suceda al revés.