Dicen que hay heridas que cuesta mucho cicatrizar y es así, especialmente, si están en juego la vida y los tan mentados Derechos Humanos. Por eso me alegra que aunque tarde, la derecha política haya hecho su mea culpa y haya reconocido los excesos cometidos durante la dictadura de Pinochet. Claro que la búsqueda de protagonismo la llevó a ponerse la capa de paladines de la defensa de los DDHH, atuendo que como es lógico, le quedaba incómodo porque le es impropio.
Sin embargo hay aspectos muy distintos y en los que las heridas no debieran tardar tanto en sanar. Para ello, eso sí, es imperativamente necesario contar con un Poder Judicial determinado y convencido en su rol de administrar justicia y también, un poder ejecutivo capaz de llevar hasta las últimas consecuencias, los distintos procesos judiciales.
¡Exacto! En diciembre de 1990, cuando las cosas no eran así y la sombra de Pinochet en la Moneda era demasiado importante, ocurrió el episodio de los Pinocheques. Casi mil millones de pesos girados por Augusto Jr. desde la cuenta de la Comandancia en Jefe del Ejército ¿Investiguemos? Boinas negras a la calle, ejercicios de enlace y amenazas varias obligaron a dejar en el velador los anhelos de justicia que arreciaban en la incipiente democracia chilena.
Afortunadamente, hoy parecen soplar otros vientos. Creo que existe más conciencia y menos miedo, hay más confianza y menos sumisión. Evidentemente, ojo Hermógenes, esto corre para los dos lados y así como espero que se aclare a fondo en caso MOP-GATE, también espero que el Ministro Sergio Muñoz dé con el origen de la abultada cuenta corriente de Pinochet en el exterior.
¿En qué me baso para suponer el éxito de tamaña empresa? En que lenta, pero decididamente, se está desmoronando el muro que separó la verdad del engaño. Me baso en el remordimiento de las conciencias que está permitiendo que verdades tan grandes como una catedral (como la del Caso Anfruns, por ejemplo) empiecen a asomar su nariz.
Es cierto y seguirá siéndolo que en nuestro país reinó el terror y en medio de ese caos, guerra interna para algunos, revolución para otros; se cometieron excesos que mancharán para siempre la tradición republicana. Contra eso no hay nada que hacer.
No obstante, y aquí la gran tarea que debemos asumir pensando en el futuro, está en nuestras manos poder enmendar de alguna manera no simbólica, como pretendió hacerse con el Informe Rettig o la Mesa de Diálogo, sino concreta y efectiva esas oscuridades. Es la prueba de fuego que enfrenta nuestro periodismo y también, el discurso del propio Presidente Lagos. Si las instituciones funcionan, como él tanto pregona, deberíamos ver la justicia que tanto anhelamos.