No. No voy a hablar sobre el fútbol italiano. Tampoco de la estrategia de Boca Juniors en la Copa Libertadores, ni mucho menos de lo engorrosa que puede resultar la clasificación de los equipos en el torneo nacional. No. Voy a hablar acerca de nosotros, los chilenos, y nuestra particular forma de ver y reaccionar frente a la política.
Cuando Pinochet parecía hundirse en el punto más alejado del abismo político, al que fue empujado por los que antes lo apoyaron decididamente en su "gobierno", y a propósito de una investigación externa, que poco y nada tuvo que ver con los nulos afanes criollos por desvelar los sospechosos orígenes de su cuantiosa fortuna, Oh!, como caído del cielo, apareció en el medio de la escena política nacional el fantasma de la corrupción durante el régimen militar.
El hecho, particularmente grave no sólo desde el punto de vista económico sino desde la moral que tanto pregonó defender la Junta Militar en general y Pinochet en particular, desmorona como un castillo de naipes o, mejor, como un viejo edificio corroído por el óxido inevitable debido al desuso, la condición sanadora y refundacional que se propuso Pinochet y sus secuaces apenas llegados al Palacio de Gobierno. Resulta que como los odiados "señores políticos" (traten de recordar el sonsonete característico del General al momento de pronunciar la peyorativa frasesita) , o tal vez más que ellos, Pinochet también fue un ladrón.
Ok. El calificativo puede sonar demasiado fuerte si consideramos que aún no se ha emitido condena alguna, pero aceptemos entonces que el Dictador se voló con la embergadura del cargo y cual cabro chico con juguete nuevo, lo usó y mal usó hasta que le dio hipo. Hoy escuché una frase de la que lamentablemente no retuve su autor, pero que para este caso es mucho más que pertinente: "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente".
Así entonces, y si consideramos que las pruebas que ha reunido el Congreso Estadounidense son lo suficientemente veraces como para aceptar el fraude, la farsa, el engaño... ¿Cómo se defiende Pinochet?
El hombre, en una de las vueltas de carnero más impresionantes que he visto, no ha sido capaz de sacar el uno por ciento de la altanería y de la soberbia que lo caracterizó mientras mandaba y ha guardado el silencio más cómplice de todos. Como el peor de los comandantes de tropa, el hombre deja que las balas lleguen primero a los peces más débiles, a los que apenas pueden defenderse y así, capear con algo más de seguridad el temporal.
Hay algunos que, cegados por el fanatismo más patológico, se encargan de contra atacar desde la trinchera de la prensa. Correcto. Me estoy refiriendo al inefable Hermógenes Pérez de Arce, el mismo caudillo de Casa Piedra y fracasado candidato a Senador por Santiago Oriente.
Y aquí está el punto central de estas líneas: En la manera cómo el delfín predilecto de Pinochet, el que perfectamente podría haber sido el hijo regalón, el nieto más querido por el Tata; trata de defender lo indefendible.
La lógica del empate, del decir la tuya y otra más, lógica que por lo demás cierra cualquier posibilidad de avance al respecto y que, en el caso de los Pinochetistas cuenta con el aval de una ley que imposibilita escudriñar en las fechorías de su lado, no es otra cosa sino la más cobarde e infantil de las actitudes.
Por una cuestión de principios, porque soy periodista y para nosotros la verdad es uno de los valores más preciados, soy partidario que se sepa toda la verdad de todos los casos que nos han podido afectar. Va a quedar la cagá, pero más vale ponerse colorado una vez que rosado diez. La teoría del borrón y cuenta nueva no sirve y mucho menos aquello de guardar el polvo debajo de la alfombra. Puede ser que la mugre sea tanta que más temprano que tarde, pase un incauto y lo haga caer de bruces. Y eso no es lo que quiero para mis hijos.