A propósito del centenario del natalicio de Pablo Neruda trabajé junto a un par de amigos en la producción de un documental, cuyo nombre tentativo es 9-11, y que busca unir los once de septiembre chileno y estadounidense, 1973 y 2001.
Me di cuenta de varias cosas. La primera, y la más importante, es que a Neruda se lo quiere mucho más fuera de nuestras fronteras que desde ellas hacia adentro. Conversando el otro día, señalaba que en el caso de Neruda, el poeta sufre una doble estigmatización: Ser poeta en primer lugar y comunista en segundo término. Si a eso se le suma que para ingresar a las actvidades que se organizaron en la Estación Mapocho había que pagar entre $1000 y $2000 no cuesta mucho entender por qué se aprecia tan poco al vate por estos lados.
Como andaba acompañando a una delegación extranjera, puedo dar fe de lo que sienten los turistas que llegan -como en este caso- por primera vez a nuestro país. Todos hablan maravillas de Chile, de la amabilidad de la gente, de nuestra tranquilidad, de nuestro orden, de nuestra organización, de nuestra limpieza. Creo, sin temor a equívocos, que Chile está muy bien catalogado por los estranjeros y esa sensación se conforma con creces una vez que la experiencia se hace realidad. Además, resulta altamente recomendable hacerse pasar por guía turístico por lo menos una vez al mes. Sólo de esa manera uno puede apreciar los mismos objetos, edificios y, en definitiva valuartes de nuestra ciudad que escondidos detrás de la rutina del día a día pasan inadvertidos para nuestro goce.
Entre las muchas anécdotas y visitas que marcaron esta semana puedo mencionar Villa Grimaldi y a Juan Carrillo. El horror del pequeño Auschwidtz criollo no se puede olvidar así como así de la memoria. Recorrer la torre y pensar en el sufrimiento de quienes estuvieron encerrados en cubículos de un metro cuadrado duele y hace pensar en lo más nefasto de la raza humana. Sin embargo, en el segundo caso, esa sensación cambia de manera positiva. Con sólo 12 años y sin contar con un PC para su trabajo, el conocido Chicoreportero.cl (el mismo niño que entrevistó a la Ministra Bachellet) se dio su vuelta por la Estación Mapocho. Emociona ver cómo la ingenuidad de la niñez se mezcla con la seriedad del reporteo periodístico.
Fui a Isla Negra y a Parral. En el litoral, en medio de una gran fiesta popular, sentí el cariño del pueblo por su poeta (las connotaciones políticas son evidentes); sentí el aprecio y la gratitud de la gente por el poeta y también, en el caso específico de un grupo de familiares de ejecutados políticos que visitaban la zona, sentí la necesidad de contar que tienen estas personas. Con una humildad casi indigna, sencillamente se acercan a la cámara con el fin de contar su historia. En una de esas, pensarán, podrán saber algún dato sobre su familiar desaparecido. Particularmente emotivo fue el caso de una niña, de unos 10 años, que sobre sus hombros portaba la foto de su tío, otro niño de su misma edad que hasta el día de hoy está desaparecido sin dejar huellas.
En Parral la cosa fue distinta. En pleno 2004, mientras la globalización se devora los últimos escondites de la antigua era, el pueblo estaba nerudizado. No había otra ocupación que ir a ver al Presidente a la estación, ir a la plaza, ver a la tele, a los periodistas tan esquivos por la zona. Todos por igual, desde el Alcalde para abajo, todos los parralinos gozaron -como diría Andy Warhol- de sus quince minutos de fama. Es conmovedora la ingenuidad de la gente, su ilusión, sus deseos de ayudar, sus vidas tan sencillamente preciosas, detenidas a un costado de la carretera, sin importarles el inexorable avance del resto del mundo.
Finalmente, y no por esto menos importante, conocí a personas. Amigos, amigas. Puedo decir, con orgullo, que mi lista de amistades creció. Bob Madey -el director del documental-, Ram Devineni -el productor general-, Martín Espada -el narrador y protagonista-, Yusef Komunyakaa -coprotagonista- y, por supuesto, Nathalie Handal, una de las escritoras más lindas que he visto. Los abrazos al momento de la despedida son el mejor reflejo de nuestro trabajo, portan la gratitud y el sentimiento de amistad profundo que nació durante estos días y que seguirá creciendo de ahora en adelante.
¿De qué se trata la vida? Aventurando una respuesta rápida, podría decir que de registrar pequeñas historias para el momento de la vejez, para cuando el tiempo libre sea un fiel compañero y haya que recordar, echar atrás los pasos. Sin lugar a dudas que en estos últimos días gané algo más que un par de buenas historias que contarles a mis nietos. Seguro que sí.