No hacía falta que llegara el festival, se trata de un germen que lleva mucho tiempo creciendo, sobre todo en nuestra televisión, pero desde el lunes 18 de febrero (cuando el certamen musical de Viña del Mar se tomó la agenda) el asunto se me hizo insoportable.
Bullendo como las burbujas del agua hirviendo, excitados como el neón que ilumina los letreros publicitarios más caros, los periodistas de la farándula se sintieron por fin en sus anchas cuando la programación de la TV, como si con el permiso explícito del público se tratara, libró la madre de las batallas de la pantalla chica.
Codazos, escupos, golpes varios (no periodísticos por cierto), gritos, muchos gritos, pisotones, empujones, apretones y agarrones reemplazaron las armas predilectas de los periodistas más tradicionales (por llamarlo de alguna manera distintiva).
La pirámide invertida, el título entretenido, la fluidez, la vista al frente y los cientos de recursos profesionales que se enseñan en la escuela de Vergara 240 se fueron a la mierda cuando se cumplir con no sé qué reglas se trata.
Que los del 13 le pegaron a los del 7, que la mina del 7 se subió a las espaldas del asistente y que de atrás un desconocido le bajó los calzones, que Chavito (¡por favor!) empujó a tal y a cual y por fin le sacó un beso a la Manterola. ¿Alguien me puede explicar qué pasa?
“Dentrar a picar” como se suele decir por estos lares cuando hay que arreglar algo, se quedaría chico. Y con esto quiero hacer una autocrítica si se quiere, pues desde mi rol de televidente, la cizaña, la chamuchina, los secretos más escondidos son los que mejor se agradecen en los ben(mal)ditos números del rating. La Jennifer Warner, una de las periodistas más inteligentes según mi modo de ver, se dio cuenta de ello y explotó la veta morbosa del teleadicto criollo con un toque distinto, diferente, con un equipo audaz, pero de niñitos bien, de ojos claros y bien parecidos.
Para qué hablar de los famosos matinales. Ambos en la misma sintonía, siameses de la misma enfermedad; retrucan y recontratrucan los mismos recursos simplones y baratos. Hicieron del axé el himno institucional del verano y con la excusa de regalar un par de lucas transformaron las horas que van desde las 10 hasta las 12 en una solo concepto: circo.
Menéate, aplaude, pon la cara feliz, salta, tira la talla, ríete de este, mira que no le sale bien, que pase juanito, fulanito y menganita, que baje el director, que aparezca el de la voz en off que se note que la estamos pasando muy bien. ¡qué profético fue González!
Ya no será necesario, de continuar esta tendencia, ser un memorión de las reglas de la vieja escuela, dictar cátedra de los grandes temas internacionales y recitar los nombres de cuanto funcionario exista en el gobierno. No señores, de ahora en adelante será necesario rendir bien en la prueba de baile, adelantarse al hit del verano, hacer la mayor cantidad de gracias frente a la cámara y por sobre todo, reírse, reírse de lo mala que es la televisión chilena.
¿Para eso necesitan periodistas?