La pieza de la Tele. Algunos datos sobre nosotros, los chilenos.
¿Qué duda cabe? Entre 1990, cuando los gobiernos democráticos post dictadura iniciaron la tarea de mantener al país en la senda hacia el crecimiento económico, acercándonos así al primer mundo, y el año 2000, cuando ese proyecto se concretizó en una fecha específica, el segundo centenario de nuestra independencia, los chilenos hemos cambiado.
Que lo digan las estadísticas, tan frecuentes por estas fechas y abundantes en diferentes sentidos. Desde el punto de vista del consumo, por ejemplo, el gasto promedio en los hogares –precios constantes de 1986- creció de $2.129.737 a $5.701.584 pesos entre los años 1990 y el 2000 . Si miramos como hemos ampliado nuestro acceso a las comunicaciones, podemos ver que el número de líneas telefónicas fijas por cada cien habitantes creció de 6.5 en 1990 a 20.6 el año 2000 . En este mismo sentido, en uno de los datos más decidores al respecto, la tasa de penetración de Internet en Chile es una de las más altas de América Latina con un 16.6 por ciento de personas conectadas, seguidas por Uruguay con un 11.1 por ciento y Perú con un 9.7 por ciento .
En comparación con nuestros vecinos somos una sociedad altamente tecnologizada, en donde cada vez es más frecuente la incorporación de nuevos sistemas.
Por cierto que estos cambios traen consigo las dificultades propias de la adaptación y no se hacen todo lo rápido con que se diseñan. Un caso es el gremio del transporte público de Santiago, quienes fueron obligados a instalar cobradores automáticos en sus máquinas, pero que ante la reticencia del público usuario, en su gran mayoría, y ante la negativa tozuda de parte de los propios conductores, hoy están convertidos en un adorno más de los tantos que ya tienen las micros que pululan por nuestra capital.
El hecho lo comprueba Jorge Larraín, quien señala al respecto que “Un rasgo que también viene de los tiempos coloniales y que ha sobrevivido de diversas maneras hasta hoy, es la manera peculiar que tienen los chilenos de relacionarse con los principios, las leyes y, en general, con las reglas. Consiste en que las normas se acatan formalmente, pero no se cumplen en la práctica si van contra los propios intereses” .
Profundizar en este y otros aspectos sería muy interesante, pero al mismo tiempo extenso. Sin embargo, creo necesario dar cuenta de otras características que se han acentuado en la última década y que demuestran lo acelerada que está siendo la transformación de nuestra sociedad.
Siempre se ha insistido en el carácter eminentemente religioso de los chilenos. Así, de acuerdo al censo de 1950, el 89.9 por ciento de las personas se identificaban como católicos. Sin embargo, ese índice cayó a un 76.6 por ciento en 1992. Además, el número de sacerdotes disminuyó de 2.784 en 1969 a 2.165 en 1994, lo que significó una baja del 22 por ciento.
Este tipo de cambios se corresponden con otros más significativos y que nos acercan a las sociedades más modernas. En lo que se refiera al tipo de familia por ejemplo, las llamadas extensas (padres, hijos y abuelos) así como las llamadas nucleares (padres e hijos) registran un descenso entre 1982 y 1992 de 31 a 23.4 por ciento en el primer caso y de 63.1 a 58 por ciento en el segundo. Estos datos se acompañan con un aumento de otro tipo de familias, como son vivir solo o con amigos, tendencia que aumentó de un 15.9 a un 18.7 por ciento en el mismo período .
Otro elemento que me interesa resaltar es el que tiene que ver con los índices de violencia que caracterizan a nuestra sociedad. Arraigado en el machismo instalado junto a la conquista española, según un informe fechado en 1992 y que cita Larraín en la página 229, la violencia intrafamiliar se da en todas las clases sociales y en un 25 por ciento de las familias hay una mujer maltratada físicamente.
Por último, para finalizar esta especie de contextualización de la sociedad chilena, reflejada más particularmente en Santiago, me gustaría destacar que según una encuesta hecha por MORI en diciembre de 2000, que también recoge Jorge Larraín en la página 234, que concluye que “sólo uno de cada tres chilenos cree que el esfuerzo personal lleva al éxito”.
Se trata sólo de un mini catastro, apenas una pequeña selección de un gran número de datos que se pueden exponer para intentar aproximar al lector hacia el concepto de chileno del 2000. No obstante, creo que el dato más interesante es el que tiene que ver con el desarrollo de la televisión y su impacto e influencia en nuestra sociedad. Para ello, qué mejor desde mi punto de vista, que hacerlo a través de los diferentes estudios que surgieron tras el llamado boom de los reality show, género que ya probó su eficacia en los distintos países del mundo y que por estos días, es todo un tema de reflexión en nuestra sociedad.
¿Señor, usted ha visto a Álvaro Ballero por aquí?
La pregunta que encabeza esta segunda mitad del trabajo es propiedad de una de las tantas jóvenes que deambulan a diario en las afueras de los canales de televisión en Santiago. Habían pasado unas cuantas horas desde el término de Protagonistas de la fama y en una de las veredas de Inés Mate Urrejola, Inés Mate Urrehollywood como también se le conoce a la calle que cobija al 13, al 11 y al 7, la muchacha en cuestión me sorprendió con la interrogante. Creo que me reí, le contesté que no, que no lo había visto y seguí caminando hasta llegar a la oficina.
La anécdota sirve para graficar el nivel de penetración del programa, el más exitoso de Canal 13 después de Viva el lunes, y para dar cuenta además, de lo importante que es la televisión para los jóvenes de hoy.
“La televisión se ha ido constituyendo en la primera fuente de información y de entretención que ocupa el tiempo libre de los chilenos y por eso mismo tiene crecientemente un claro impacto en sobre la construcción de sus identidades personales” . La frase de Larraín se hace extensiva a lo que sucedió durante el Mundial de fútbol del año pasado, cuando los niños de Río de Janeiro, cuna de Ronaldo, el famoso delantero del Real Madrid, sorprendió a todos con un extraño corte de pelo que no tardó en ser imitado por los pequeños cariocas.
Así, volviendo a nuestro país, no resultaría extraño ver en la vitrina de una peluquería la frase “estilo Ballero” en referencia al ganador del programa antes mencionado. De hecho, los visos y pelos parados están siendo cada vez más aceptados dentro de la imagen masculina.
La situación ocupó al Consejo Nacional de Televisión, organismo que elaboró un par de estudios al respecto y de los que me gustaría destacar una de sus conclusiones: “Algunos programas –tales como Rojo, Fama contra fama y Protagonistas de la fama- tuvieron un alto nivel de participación del público a través del teléfono, lo cual parece reforzar, aún más, el compromiso emocional de las audiencias con los mismos. Los jóvenes incluso se muestran dispuestos a participar como parte del elenco de estos programas, en especial entre los sectores socioeconómicos de menores ingresos” . Aportando desde el mundo de la ciencia, la sicóloga de la Universidad del Desarrollo, coordinadora del área social de la facultad de sicología de dicha universidad, explica que “El programa –Protagonistas…- muestra algunos aspectos propios de la edad y para los jóvenes que puede ser un alivio ver que lo que les pasa a ellos también les ocurre a otros: los pelambres, la formación de grupos internos y los conflictos que viven” .
Pese a los años que han pasado desde su redacción hasta nuestros días, no dejan de tener vigencia en lo que se refiere al comentario de la doctora, las palabras de Lastarria: “El chisme está allí, en el carácter nacional del chileno o mejor dicho en la naturaleza orgánica del chileno” .
Los propios protagonistas del programa, esta vez fuera de las pantallas y enfrentados al precio de sus actos, se han encargado de confirmarlo a través de sus dichos en la prensa, acusándose mutuamente –en especial Gerardo del Lago y Óscar Garcés- de mentirosos, hipócritas y otros defectos semejantes. Nuevamente Lastarria suena tan cercano como si fuera un crítico de espectáculos de Las Últimas Noticias: “El chileno no tiene un enemigo más implacable que el chileno mismo” o en un par de párrafos a continuación “La envidia es la primera virtud chilena” .
Sin embargo, el aspecto que me parece más relevante destacar, es el que tiene que ver con la televisión como vía para llegar a ser. Profundizando en el concepto, debemos ser capaces de darnos cuenta que la sociedad y sus distintas organizaciones compositivas no han sido capaces, por distintos motivos, de generar espacios de participación tan potentes y poderosos como los que generó la industria televisiva y que se manifiestan esplendorosamente en este tipo de programas. A ello, agravando el tema, se suma la intención con la que los canales han utilizado estos programas. Rafael Araneda, conductor de Rojo… dijo al diario La Tercera, para citar un ejemplo, que “pueden tener buena pinta, bailar muy bien, pero muchos no han tenido papá, tienen mala relación en su casa, han tenido algún problema en su vida, y eso lo cuentan. Ese es el espejo que pretendemos hacer de la realidad chilena” .
Asimismo, agregando más elementos al debate sobre la utilización de los canales con este tipo de programas, de acuerdo a uno de los estudios hechos por el Consejo Nacional de Televisión, los realitys “usan la presencia de seres queridos en diferentes situaciones y el resultado es siempre el mismo: lágrimas y emoción. Esto genera altas dosis de emotividad en la audiencia, logrando establecer el vínculo y el compromiso del público respecto del devenir de cada uno de ellos. De esta forma, el encierro resulta ser un catalizador de emociones. Las experiencias están mediadas y el elemento emocional forma parte del juego” .
Como antes pasó con la onda axé, y más atrás con un largo listado de modismos introducidos en nuestra sociedad, creo que los realitys llegaron para quedarse por un tiempo más largo que los bailes brasileños. Se trata de una tendencia mundial, que hasta llegó a adueñarse de un canal de televisión completo en EE.UU., es decir, toda la transmisión de ese medio será reality shows y que, teniendo en cuenta ese antecedente, dudo que tenga un efecto más bien superficial en nuestro país.
Todo lo anterior viene a confirmar lo expuesto por Jorge Larraín, cuando señala que “no hemos producido una ciencia social distintiva; pero eso no es falta de identidad en el sentido que le hemos dado en este libro: existe una identidad que entre otros rasgos tiende a ser muy ecléctica, muy abierta a absorber ideas de otros lados” .
Los casos no sólo se aplican a los reality, sino tienen que ver con los nombres con apóstrofe y s en muchas tiendas de la capital, tienen que ver con las casas estilo georgean, con el estilo de ropa que imponga, a través de la modelo que estime conveniente la gran tienda de turno e incluso, con nuestra propia apariencia. Ayer escuché con atención al peluquero Patricio Araya, quien decía que las rubias en Chile tienen un gran problema, pues no tienen cara de rubias.
Son los rasgos distintivos, tal vez determinados por el aislamiento geográfico, por la estrechez entre cordillera y mar que distingue a nuestro país. El caso es que sencillamente son. No vale la pena, creo, darle vueltas al asunto cuestionándose su valor positivo o negativo. Además, como dice una canción de Los Prisioneros “Si la cultura es tan rica en Alemania, por qué el próximo año no te quedas allá”. Plenamente de acuerdo.