Un dieciocho de septiembre en la zona cercana a Curicó para dar una referencia, aunque en rigor se ubique más cerca de Duao, Iloca o Licantén; un dieciocho de septiembre en Hualañé es toda una experiencia, sobre todo por sus comidas.
Jamás antes había conocido empanadas semejantes: gordas, crujientes, doradas, grandes, jugosas y bien condimentadas esas empanadas merecían el nombre, no como otras que obedeciendo a estándares pre establecidos en una oficina de finanzas, definen cuánta carne y cuánta cebolla llevar. No quiero hablar de las pasas porque algunas panificadoras capitalinas ni siquiera reparan en el ingrediente.
Como si se tratara de un verdadero paisaje, la mesa se llenó de más colores al momento de llegar hasta ella el vino. Vino tinto, tipo pipeño, añejo y también la típica chicha adoptaban la forma del recipiente más cercano y limpio para llegar a la cita. Nadie se quejaba de ellos y por el contrario se jactaban de la cosecha, de la preparación que tomó este año y algunos, los menos, se alegraban por las ventas.
En cuanto a las ensaladas, estas sí que es una ensalada chilena: con tomates bien rojos y duros, acosados en el jugoso baño del aceite y la sal por grandes y filosas puntas de cebolla, cebolla blanca hasta el brillo a través de la fuente y como por si fuera poco, añadiéndole ese olor tan típico el cilantro recién cortado, esparcido por todos los rincones de la ensalada, llegando con su verde aromático hasta todos los pedazos de tomate posibles. Definitivamente un manjar.
En pocillos de greda, más chicos y por lo mismo más repartidos a través de la mesa, el pebre. Pebre picante, con harto ají para que pique, con harto ajo para dar los besos después; así es rico el pebre cuchareado, untado en el pan también es rico.
¡El pan! Cómo poder olvidarse de esos bollos esponjosos y humeantes que cada cierto rato salían del horno de barro. Con chicharrones para los más antiguos, sólo con mantequilla para los niños y con lo que esté más a la mano para los jóvenes el pan amasado, que por ese fin de semana deja de venderse, ocupaba un lugar destacado en la mesa de campo.
¿Falta la carne? Quiere de cordero, chancho o vacuno porque por estos lares se estila darle el gusto en todo a uno. No hay ningún problema en sacrificar el animal más gordo y ofrecerlo como un gesto de amabilidad y hasta de alegría por la visita, por el poco de conversación que pueda llevar usted. Chuletas de cordero asadas, costillar de cerdo al horno o simplemente un poco de lomito liso a la parrilla, es cosa que elija, que se decida a sacar su cubierto, armarse con una buena cantidad de servilletas y empezar a comer no más.
No se preocupe por los excesos, mire que la patrona además tiene una huertita para convidarle después un agüita de hierbas, para la guata, para que se vaya con un lindo recuerdo del almuerzo de campo.