Inevitable. Un par de horas frente a la TV hace inevitable tener que toparse con rostros comerciales como Benjamín Vicuña, Diego Muñoz o Gonzalo Valenzuela. Todos actores, uno desde la trinchera de TVN, los otros dos desde la del 13; el trío posee una cualidad en común: Les gusta el teatro.
Habrá que verlo, me dije y partí -polola incluida- a ver Splendid´s, la obra en la que además de los ya mencionados, actúan Sebastián de la Cuesta, Nicolás Saavedra y Álvaro Espinoza.
Cabe destacar que las instalaciones de Matucana 100 ayudan enormemente a hacer de este tipo de experiencias algo más que agradable. Se trata de uno de los centros culturales más cómodos de Santiago, impulsado por el fallecido Andrés Pérez y recuperado por doña Luisa Durán para todos los chilenos. En fin.
Pasamos el trámite de las entradas sin inconvenientes (como se trata de una sala grande, dificultosamente quedará gente afuera. Además, lo que se agradece especialmente, los precios son más que módicos) y esperamos una media hora en una especia de lobby muy bien pensado. Ahí, entre cafés y promociones varias, los espectadores se paseaban matando la espera con una buena dosis de grata conversación.
Las puertas que se abren, unos veinte minutos antes del inicio de la función y la cosa se vuelve algo menos grata. Claro, las fanáticas incondicionales -premunidas de sendas cámaras digitales- disparan una y otra vez esperando el ingreso de su galán favorito. Más de alguna, creyéndose frente a la Muralla China o algo parecido, no se aguantó e inmortalizó su presencia en el escenario. Si ese es el precio que hay que pagar, para que gente poco acostumbrada a las tablas, acceda a ellas, está bien. Asumámoslo como costo marginal, qué sé yo.
Esa fue la tónica de la obra. Murmullos varios ante la apolínea presencia de los galanes ya mencionados. Pese a las advertencias, más de alguna no se aguantó o -lo que es peor- en un acto de soberbia inadmisible, llamó desde su celular a una de sus mejores amigas, jactándose de su privilegiada situación.
Afortunadamente, no se trata de una comedia. Si no, el asunto se desvirtuaría hasta quién sabe qué. Sin embargo, pese a la densidad del texto y a la complejidad de los personajes, una que otra sonrisa fuera de contexto, interrumpió la puesta en escena.
Si de protagonista se trata, habría que destacar la escenografía. Claro, si se trata de una pandilla de gángsters, difícilmente se puede privilegiar a uno sobre otro, más aún cuando el propio texto se encarga de demostrar los conflictos presentes a la hora de señalar al líder de la ráfaga -el nombre de la banda-.
Después de algo más de una hora y media, estaba listo mi dictamen. Me convencí que Valenzuela es mal actor, compré otra cuota del discurso de Benjamín Vicuña (definitivamente es el más creíble de todos) y Diego Muñoz es mucho más versátil de lo que puede pensar después de Machos y Hippie.
Se les nota, y se les agradece también, que la televisión y las grandes marcas les pesan y que en este tipo de ejercicios vienen a ser una especie de cofee break en su agitada jornada diaria. Podríamos decir entonces, y es lo curioso del caso, que la pausa comercial resultó entretenida. Muy entretenida.