Miro y miro fútbol. Podría decirse que soy un glotón de la pelotita. Agarro desde el torneo mexicano hasta un poco del francés, pasando por el siempre emocionante fútbol argentino y el cada vez más opaco fútbol chileno. Por supuesto, y como para todos los demás que son igual o peor que yo, estos días de Eurocopa son de fiesta, deberían serlo.
Sí, porque la única fiesta la ofrece Pavel Nedved, Milan Baros y CIA, quienes contra los Zidane, los Beckham, los Raúl y todos los galácticos que se les puedan ocurrir, son los verdaderos y únicos protagonistas del torneo lusitano. Las gambetas, los amagues y las sutilezas del fútbol espectáculo brillan en los zapatos checos y eso es indiscutible a estas alturas.
Por el contrario, Grecia demostró su afición ancestral por las matemáticas, Portugal confirmó aquello que se dice sobre la suerte del anfitrión (recordemos que Corea del Sur, ¡Corea del Sur! llegó a las semifinales del último mundial) y Holanda... llegó con la chapa, pero también desde los penales.
Es cierto que la mayoría de los jugadores está más que reventado, que la Eurocopa viene a ser una especie de tortura que separa la tediosa rutina de entrenamientos y concentraciones con las merecidas vacaciones, con el esparcimiento y el relajo, pero lo que se ha visto en Portugal es muy poco.
La excepción, está dicho, corre por cuenta de la República Checa. Un equipo bajo perfil, donde se siente que cada uno no es más que todos juntos y así, despacio y contra muchos pronósticos, están en las semifinales, invictos y con el mejor jugador de la copa y una de las mejores delanteras.
Por eso, por lo que demuestra la República Checa, es que me fastidia el título de Universidad de Chile. Pasaron el colador que significó Unión Española sin haber derrotado al equipo de Carvallo en ninguno de los dos partidos y lo propio hicieron con Cobreloa, que para la gran mayoría, fue el mejor equipo del campeonato.
Es cierto que son los propios dirigentes los que ponen las reglas del juego y que éstas son conocidas por todos antes de que se juegue el primer minuto, pero eso mismo hace más irresponsable y feo el espectáculo de Calama. El señor Reinaldo Sánchez, amurrado porque su equipo perdió con los azules, no quiso viajar a la Segunda Región y hacerse cargo -como corresponde- del Frankestein que ideó como competencia. Además, la copa para el mejor es demasiado premio para un equipo echado atrás, que llegó poco y nada al arco rival y que, más encima, empató gracias a un autogol.
Al final, con los jugadores celebrando en calzoncillos, se me ocurrió la frase que resume mejor nuestro campeonato: El fútbol chileno es como las hueas. ¿Quién puede argumentar lo contrario?