Es cierto que este tipo de situaciones, así como el inmediato discurso presidecnial post triunfo en Atenas, no sólo demuestran todo nuestro provincianismo, sino también la escualidad de nuestras vitrinas deportivas. Sin embargo, superando esos alcances, no podía dejar de expresar mis emociones a propósito de la llegada de Nicolás Massú y Fernando González a nuestro país.
Desde el aeropuerto fue una réplica exacta de nuestra idioscincracia. Atrasados, por culpa de los desconocidos atochamientos de tránsito para la viñamarina familia Massú, los tenistas lograron subirse el bus que los llevaría hasta La Moneda con, fácil, media hora de retraso. Ojalá que dentro de cuatro años más, cuando lleguen los próximos medallistas (los de Beijing 2008), la salida del salón VIP sea más expedita y, sobre todo, más ordenada. No creo que sea tan difícil lograrlo.
Y bueno. Después de tanta espera, después de tantos y tantos videos, tantas entrevistas, tanto contacto indirecto; por fin, por fin Massú y González recibieron el cariño y la gratitud del pueblo chileno sin intermediarios. En un cara a cara emocionante, un tú a tú a veces íntimo si pensamos en lo que pueda pasarles por la cabeza a los protagonistas, se cerró el círculo que a costa de raquetazos y pelotazos, empezó a dibujarse en Atenas.
Banderas, challas, gente arriba de los autos, de los camiones, las micros detenidas para congelar los breves segundos de gloria junto al bus de oro; un sinfin de emociones que se traducen en la entrega de una bandera, en la entrega de un casco de la construcción, en el saludo sollozante de un niño que empuña, como ellos, una raqueta de tenis. Se trata, en definitva, de una de las pocas cosas que como chilenos, sabemos hacer bien. Celebrar.
Esta mañana, afortunadamente una de esas primaverales de sol radiante que se le arrancan al invierno, Santiago está distinto. Se puede sentir en el aire una sensación de gozo, de plenitud, de algarabía y, por qué no decirlo, de éxtasis. Para un país acostumbrado a los roles secundarios, a los segundos planos, esto es una inyección de ánimo y optimismo.
Es ésa, precisamente, la mejor lección que podemos sacar de todo esto. No sé si es por mi ocupación actual, pero desde hace rato ya estoy tratando de sacarle lecciones a todo. No está mal, creo, hacerlo. Ojalá así sea y, más temprano que tarde, este tipo de actividades sean recurrentes en nuestra ciudad. Después de todo, la Alameda con banderas y challas no se ve tan mal.