A raíz de una serie de lamentables hechos de violencia ocurridos el fin de semana recién pasado, ni en la televisión, ni en la radio ni en los diarios se puede dejar de hablar acerca de lo peligrosa que puede llegar a ser una noche de juerga. Fatal, según pudimos comprobar recientemente.
Un empresario salvadoreño, un joven garrero y otro joven, alumno del prestigioso colegio McKay de Viña del Mar son la excusa de turno para pontificar sobre la violencia de la sociedad, la responsabilidad de los padres, lo barato del alcohol en ciertos lugares y, hasta de la discriminación social y lo violento que está todo el mundo.
Es cierto. La batería de argumentos que por lo general se han escuchado en torno al tema de la violancia son ciertos, válidos y legítimos. El problema o el alejamiento de la solución a él, llega cuando desde el bolsillo, los voceros respectivos sacan las banderas de lucha para vestirse de acusadores, dejando a los que tienen las banderas del otro color como los acusados y hasta culpables.
A veces quisiera que todo este ambiente electoral se borrara de una vez por todas o que, por el contrario, se reduzca a la máxima expresión pero de una sola y buena vez. Estar siempre con una elección en el horizonte es algo nefasto si se quiere buscar soluciones que se alejen del partidosmo y de la pugna política barata.
Asimismo, como los políticos ansiosos que lo único que quieren es ganar un voto más, están los empresarios -pseudoempresarios, mejor dicho- que aludiendo al catolicismo, al amor de su familia y a la dudosa reputabilidad de su apellido, tratan de exculparse por, como muy bien lo dijo el Presidente, ganar un par de pesos más vendiéndole alcohol a menores de edad. Sí, me refiero al dueño del Barón Rojo, quien debiera ser el primero en llegar a la cárcel por burlarse de las normas. Las cosas son o no son. No se trata de que tenía cara de 18 años, no se trata de eso. Se trata de que por su negligencia, el joven está muerto. Ojalá y le pese en su conciencia.
Pero ¿por qué pasa todo esto? Tal vez la respuesta esté en los bombardeos sobre Afganistán, sobre Irak, en los helicópteros israelíes, en los fanáticos musulmanes, en las decapitaciones transmitidas por Internet y también en Patagones, pequeño pueblo argentino que pasó a ocupar el mismo sitio que Columbine por culpa de un alumno que se las dio de Rambo contra sus compañeros de clases.
No hay que ser clarividente para darse cuenta que este modelo de sociedad premia a algunos (los menos) y castiga a otros (los más). Ello, por supuesto, crea un resentimiento que tarde o temprano explota, como si fuera una bomba de tiempo que debemos desactivar. Ahí está el ejemplo de El Tila, el asesino o sicópata de La Dehesa, quien es el caso más emblemático de lo que estoy diciendo.
Cuando vemos que trabajadores ganan un peso al mes, que para un sector de la población hay una clase de colegios, una clase de hospitales, una clase de tiendas, una clase de casas, de parques, de calles y para otra clase una de muchísima menor calidad, allí probablemente podamos ver el por qué de éstas situaciones.
Es urgente estimular el esfuerzo, no estoy diciendo que se le regale nada a nadie, pero sí que el sacrificio sea recompensado de manera que sirva de incentivo para que cada vez más personas salgan de ese círculo maldito que a lo único que conduce es al estancamiento y al retroceso de la dignidad humana.
Ojalá que las cosas cambien. Ojalá que los cálculos electoralistas le abran paso a las soluciones de largo plazo, a las leyes bien hechas, a las que nos beneficien a todos. Pero, sobre todo, ojalá que cada uno de nosotros tengamos la decencia de preguntarnos qué podemos hacer para ayudar a la solución de todo esto. Ojalá y lo hagamos.