Cachimba, la adaptación en el celuloide del cuento titulado Naturaleza Muerta con Cachimba (de José Donoso) es una prueba irrefutable, vivita y coleando, de un estilo de dirección, de un método y hasta de una forma de sentir el séptimo arte.
Para quienes ya han visto la obra de quien se iniciara como director de piezas para la televisión, Cachimba no significará ni un paso adelante, ni mucho menos hacia atrás, sino que, más bien, un gran establecimiento dentro del mismo metro cuadrado en el que quedó después de Coronación, la última película antes de Cachimba y, coincidentemente, otra adaptación de la obra literaria de José Donoso. A estas alturas podríamos decir, con propiedad, que Caiozzi es una especie de donosiólogo o algo así. De hecho, sería extraño que algún día nos sorprenda con la grabación de "El Obsceno Pájaro de la Noche", quizás, la obra cumbre del difunto novelista.
Caiozzi es extremadamente perfeccionista y esa cualidad se mantiene en Cachimba a ultranza. No se permiten quiebres ni aceleraciones o desaceleraciones en el ritmo, la película parte y termina igual, con la misma dósis de primerísimos primeros planos, con la misma cantidad de luces y sombras, con el mismo y cuidado encuadre del inicio. A veces pienso que el director se desafía a sí mismo dentro del film, jactándose de vez en cuando, de sus propios méritos, de esa mirada tan técnicamente perfecta, el sello de sus obras. El hombre, qué duda cabe, sabe y harto de su pega.
Sin embargo, desde mi particular punto de vista, ello no quiere decir que sus películas sean buenas. No existe, sostengo, una relación directamente proporcional entre la calidad técnica y la calidad global de la película. Ciertamente, en el caso de Cachimba y Coronación, las actuaciones de Julio Jung y de María Cánepa, respectivamente, son notables, lo que podría darnos pie para calificar a Caiozzi, además de lo dicho antes, como un espléndido director de actores. No obstante ello, dudo que al chileno medio le guste más el estilo Caiozzi que el Quercia, que el Galaz y que el recientemente exitosísimo Wood. Cada uno de ellos, a su manera, ha jugado en distintos lugares de la cancha, han probado diferentes temáticas e incluso formatos, se han permitido ciertos retrocesos para avanzar con más solvencia después. Eso es lo que creo le falta a Caiozzi.
Además, no se trata de que Caiozzi no sepa desenvolverse en otros formatos. Su documental Fernando ha vuelto -en el que muestra la aparición de las osamentas de un detenido desaparecido- es uno de los mejores que he visto y así también fue catalogado por la crítica especializada. Sencillo, directo, emotivo pero al mismo tiempo respetuoso del dolor que sienten los deudos, la pieza es una de las mejores de su género y, si mal no recuerdo, ganó un par de festivales. Su problema radica en los largometrajes de ficción.
Cuando el director se enfrenta a la historia y a la forma en la que va a ser contada esa historia, creo, Caiozzi se ensimisma en una especie de código elitista, obsesivo si se quiere, y que se refleja en el excesivo cuidado y tratamiento de las imágenes. No quiero hacer con esto una apología a los desenfoques ni mucho menos, lo que sí estoy tratando de plantear es que cuando esa virtud se convierte en una monotonía exacerbada, maniática, aumenta el peso de la película, se siente como una bolsa de arena sobre los párpados la carga y eso, a la larga como suele suceder en las películas de Caiozzi, cansa y hace que el resultado final sea algo más difícil de digerir.
Repito que lo anterior es un mérito, básicamente se trata de un plus o de un objetivo al que todos los realizadores deberían apuntar, pero que por las señaladas circunstancias termina convirtiéndose en un error, una mochila extra que el espectador debe asumir al momento de pagar su entrada para ver Cachimba. Creo que Caiozzi apunta a un director de su mismo estilo, casi de su misma generación, un intelectual del cine radicado en París que se llama Raúl Ruíz y para su desgracia, está a años luz de él.