Todavía recuerdo con más amargura que nostalgia el campeonato nacional de 1994, torneo que después de una lucha palmo a palmo, quedó en las vitrinas de la CORFUCH, las mismas que hoy, diez años después, tiemblan y tienen pesadillas parecidas a las que sufrieron sus homónimas de Colo-Colo, quebradas y rematadas al mejor postor.
El campeonato de ese año fue, creo, un clímax futbolístico desde varios puntos de vista. A las canchas no iban menos de diez mil personas y los clásicos se jugaban a estadio lleno, sin planes de contingencia ordenados por el intendente ni nada de eso.
Además, hablando desde dentro de la cancha, había figuras de jerarquía. Empecemos por la dupla Gorosito-Acosta, dos de los diez mejores extranjeros que han pasado por estos lares; la U tenía al mejor Leo Rodríguez, un incipiente pero efectivo Marcelo Salas; Colo-Colo se floreaba con Marcelo Espina, Barticciotto, Ivo Basay... había dónde regodearse y para pagar, con gusto, el precio de las entradas a los estadios.
Diez años después, como ya lo adelanté y todos sabemos, Colo-Colo (club que para Menotti es un referente cultural, algo así como un emblema de lo chileno) está quebrado, rematado y buscando dónde sentar a los cinco mil hinchas que semana a semana lo apoyan. Palestino, un equipo de mitad de tabla, pasó por el mismo trance, pero como la colonia no es tan mumerosa, no se hizo tanto ruido. Universidad de Chile, a punto de celebrar (no sé si esa es la palabra exacta) trece años bajo el mandato de René Orozco está rozando la quiebra, endeudada con sus funcionarios y factorizando la plata que le deben pagar por la Copa Libertadores de 2005, ignorando el derrotero que terminó por hundir a su archirrival, en una demostración de soberbia e ignorancia difícil de entender. Lo mismo pasa en Temuco, los jugadores de Puerto Montt viajan a El Salvador en bus, no hay plata para hoteles y así varios ni se concentran para ahorrar un par de lucas.
Éste fue el escenario que prefirió omitir Adrián Fernández, el Carucha, un jugador en deuda para equipos como San Felipe, así es que imaginen lo que es en Colo-Colo. No lo culpo. Sus sueños se deben haber vuelto realidad, con hada madrina y todo, cuando lo llamaron para ponerse la misma camiseta que ganó la Copa Libertadores en 1991. El Carucha habrá pensado que después de Colo-Colo venía River, de ahí Italia y nunca más parar.
Lamentablemente, como se dice, el hombre mostró la hilacha. Escupió a un rival en un signo de pichangerismo pocas veces visto en el fútbol criollo y después de seis fechas de para, a los 70 minutos, se acalambra tras vestirse de Carlos Caszely y tirar un penal fuera del marco.
La escena, especialmente bien captada por las cámaras de TV, es el mejor reflejo no sólo de Colo-Colo, sino de nuestro torneo. Todo está a su favor, la gente lo vitorea y está solo frente al arquero. Suena el pitazo, pero con una técnica tan mala como escasa, el 9 patea fuera guardándose para otra vez el grito de gol. Se persigna, como si Dios o algo así tuviera que ver con el cuento y un par de minutos después, chao. Acalambrado como oficinista en partido amateur, el delantero debe salir de la cancha abucheado por los hinchas.
No tengo recuerdos de algo parecido. Creo que es primera vez que veo a un jugador salir acalambrado a los 70 minutos. Antes, con la lucha de las universidades por el título, se veían partidazos y goleadas por más de cinco goles eran un bálsamo habitual para nuestros pastos.
Hoy en cambio, en los tiempos del Carucha, los cero a cero son tan recurrentes como las tres mil personas que parecen pintadas en los estadios.