Lejos del glamour que tuvo en los años ochenta, cuando era un exclusivo shopping center, el recinto emblemático de la esquina Apoquindo-Manquehue se transformó en una especie de feria libre, pero bajo techo. Con liquidaciones a luca, pasillos estrechos y uno que otro guardia aburrido cuya única preocupación es corretear a las tweens que hacen nata en el lugar.
Los recuerdos que tengo del Apumanque distan mucho de la imagen que hoy entrega el que fuera uno de los pocos, criticados y modernos centros comerciales de la capital. Volver al Apumanque, para quienes lo conocimos en su época de gloria, es como visitar a un amigo enfermo, viejito y -por qué no decirlo- quebrado económicamente. Es que hacen falta varias manitos de gato para tratar de alcanzar el estándar propio de los grandes centros comerciales.
Los otrora pudientes consumidores del Apumanque ahora son, probablemente, los vástagos de los primeros, las quinceañeras vecinas del mall, que van a tomarse un helado y a malgastar su jugosa mesada en poleras, cinturones y artículos menores que son los mismos que se venden en Patronato o en cualquier tienda
vintage de la ciudad.
Ya no son los conductores de grandes automóviles los que se pasean gastando cientos de miles de pesos en compras. La mayor parte de los consumidores del Apumanque llega en micro, anda con cinco lucas en los bolsillos y, con esa cantidad, es capaz de salir con el regalo que andaba buscando para salir del compromiso y no quedar como roto en el cumpleaños de esa misma noche.
Ni las promociones de estacionamiento gratuito, ni la mítica tarjeta de cliente frecuente surten efecto entre quienes prefieren pasearse por el bien acondicionado aire del Parque Arauco o del Alto Las Condes.
La decadencia se nota a cada rato. Se nota en las tiendas vacías de las pocas marcas de prestigio que aún sobreviven en el lugar. Se nota en los pasillos estrechos y oscuros, ni parientes de los que ahora conocemos como típicos en los otros malls. En el Apumanque, como me pasó, es probable que a uno le pidan contestar una encuesta sobre spots de TV, llevándolo a uno a un cuartucho de dos por dos con un par de videos y televisores. Se nota que las anfitrionas no tienen uniforme y que matan su tiempo leyendo una que otra revista hasta que llegue un incauto a preguntar por tal o cual tienda.
Los alrededores del lugar también son patéticos. Entre peluquerías, tiendas de depilación y liquidadoras de zapatos, se va gran parte de los locales que se aprovechan de las últimas gotas de atracción que posee el Apumanque. Ni hablar del Mc Donalds, del Burger Inn o de las otras marcas que trataron de revitalizar el mítico faro. Ahora sólo se puede ver un gran cartel "Se Arrienda", el mismo que adorna las tiendas más grandes del interior del recinto.
Y si de carteles se trata, otro de los más recurrentes tiene que ver con el "Cierre de local". Aproveche, por cierre de local, liquidación -aunque quisieron decir sacar- a mil. ¿En qué clase de mall hay una carnicería frente a una tienda de ropa? Les aseguro que vitrinear zapatillas con olor a Posta Negra no es la experiencia más grata que se pueda vivir en un lugar como este.
Ni hablar de los estacionamientos, de los servicios asociados a ellos ni de otros tantos que para los hijos de los nuevos centros comerciales son mínimos, partes de un todo que en el caso del Apumanque, se entienden como apéndices molestosas que difícilmente tienen correspondencia con la gran tienda central.
El Apumanque, digamoslo, está viviendo sus últimos días. No me parecería extraño ver en los diarios un aviso de remate sobre su nombre. Edificios, gimnasios y hasta una sede académica estarían mucho mejor puestos en la esquina aquella. Para el cosmocentro, su cuarto de hora, ya pasó. Hace rato que terminó.