La mañana de este viernes 17 de diciembre está políticamente eclipsada por dos figuras en muy diferentes situaciones, las que si se miran con detención, me sirven para ilustrar una tremenda desigualdad y una gran comparación. Me refiero al Presidente de la Cámara de Diputados Pablo Lorenzini y a quien fuera Presidenta o Secretaria General del Partido Comunista, Gladys Marín.
El representante de la Séptima Región, en una de esas salidas de madre extintas con el Almirate Merino, se adueñó de los titulares de la noche el lunes recién pasado, cuando -en la hora de incidentes en el Congreso- acusó al Ministro de Transportes, Javier Etcheverri, de corrupto. No le dijo corrupto, pero sí que le iba a mandar un sobresueldo para que trabajara, lo que es lo mismo.
Lorenzini, extraordinariamente exaltado, vociferaba a los cuatro vientos apuntando con el dedo y gesticulando como si estuviera en plena campaña electoral. Sus acusaciones, entre las que se cuenta una especial amistad del citado ministro con los inversionistas de la Autopista Central y otras concesionarias, cayeron como bomba y rompieron la tranquilidad del charco político criollo.
Se esperaba que Lorenzini, más calmado y después de planificar toda una noche sus pasos a seguir, entregara un generoso dossier con las pruebas de sus dichos. Esperábamos que lo suyo no fuera un volador de luces y que, más allá de los gruesos epítetos en contra del mandamás del transporte y las obras públicas, la acusación fuera fundamentada con una serie de documentos, pruebas fehacientes, como la foto de la Quenita Larraín y el Chino Ríos en el Blockbuster (Lo siento, pero a veces la farándula me supera).
No fue así y asistimos, como si estuviéramos en temporada, a una pirueta circense, a una contorsión digna del mejor de los hombres elásticos y, lejos de confirmarse las acusaciones, escuchamos a un todavía más descolocado Lorenzini diciendo que habló lo que habló como diputado y no como Presidente de la corporación, como si su altísimo cargo fuera un traje que se pone y se saca según las circunstancias.
A estas alturas, todo el mundo le ha dicho que renuncie a su cargo, que deje la presidencia de la cámara, pero él no quiere. Como si fuera un niño con juguete nuevo (recuerdo esas noches de navidad, con el regalo recién abierto, cuando uno no se quería ir a dormir y lo único que se le pasaba por la cabeza era seguir jugando), Lorenzini insiste en no dejar su cargo. Se lo ha pedido el presidente de su partido, el Presidente Lagos le quitó el saludo y sus colegas ya interpusieron el recurso respectivo para echar a andar el mecanismo institucional que permita el alejamiento de DC.
Todo eso pasa mientras, desde Cuba, recibimos la mala noticia del agravamiento en el estado de salud de Gladys Marín. La noticia señala que, como si se tratara de sus últimos días, se está manejando la posibilidad de regresarla a Chile para que, cuesta escribirlo, muera en nuestra tierra.
Y aquí está el centro del asunto, el principal interés para escribir éstas líneas: Si algo caracterizó la carrera política de la dirigente comunista, eso fue su consecuencia y su valentía para decir pan al pan y vino al vino. Marín siempre, incluso cuando todo indicaba que no era aconsejable, le puso el cascabel al gato y basta recordar, para ejemplificar éstos dichos, que ella fue la primera en interponer un recurso legal contra Augusto Pinochet, ahora, procesado y con orden de detención por la tristemente famosa Operación Cóndor.
El legado de Gladys se resume en esa valentía impropia de su condición física, que nos hablaría de una mujer débil, retraída y quitada de bulla. Que me perdone la señora, pero si el físico tremebundo de la González, Gladys González (La Cuca), perteneciera a la Marín, otra Gladys cantaría. Claro está, más fuerte y más claro.
Gladys Marín, pese a sus ideas, pese a su carácter y, en definitiva, pese a su mismidad; es un ejemplo. Un ejemplo de lo que debieran ser los políticos, un caso, como una pieza de museo en el antiguo mundo de la política. Ella no está para ser famosa, no coopta de su cargo como otros para brillar o sacar dividendos en otras canchas. Gladys Marín es una sola y si te gusta bien y si no, también.
Por eso me conmueve su agravamiento. Por ella me da más rabia la actitud de Lorenzini. Pero, sobre todo, por nuestra política, me da pena y lástima la situación. Mientras faltan Gladys Marines, sobran Pablos Lorenzinis. ¿O no?