Hace rato que quería escribir algo sobre La Granja, el reality de turno, el único que cuenta a la hora de los quiubos, esa especie de ventana indiscreta a través de la cual todos, algunos en mayor medida que otros, nos gusta ver. Y hoy, cuando la palabra consecuencia parecía enjuague bucal en las gargantas de todos los que pregonaban (Pato Yáñez y cortos de manga incluídos) a los cuatro vientos sus valores y sus principios, me parece que es el mejor momento para hacerlo.
Periodista mateo, lo primero que hice antes de sentarme frente a mi querido PC, fue buscar lo que la Real Academia Española de la Lengua dice sobre la palabra en cuestión, la mentada consecuencia. Pues, para vuestra información, les informo que en su segunda acepción, consecuencia es la "Correspondencia lógica entre la conducta de una persona y los principios que profesa".
Ahora bien ¿quiénes de los que gargarearon con el valor son realmente consecuentes en el sentido literal de la palabra?
Ok. Aceptémoslo. De hecho lo sé, sé cómo funciona el tema y tengo súper clara la diferencia entre un programa de TV, un reality show más encima (género que para más de algún purista de la TV es considerado TV Basura) y un sermón o una clase magistral de valores y educación moral.
Incluso, no me extrañaría ver celebrar a los ejecutivos del Canal 13 (vaya que lo necesitan) por las inesperadas actitudes de los concursantes del verano. Si algo le faltaba al programa para que marcara, eso ahora lo tienen (o lo tuvieron) y con creces. La polémica y el ruido son siempre buenos aliados para la audiencia, aunque en esto Guerra de Bares sea la excepción que confirme la regla.
Insisto en que jamás busqué a mis sidarthas en la casona de Pirque ni mucho menos, pero cuando uno se fideliza con el programa y ve a personas que parecen serias y responsables, gallos harto pelúos como diría mi abuelita, lo que menos espera de ellos es que asuman las consecuencias de sus actos.
¡Cagones, maricones y brabucones de última hora! Zancudos de la polémica barata, personas tan camaleónicas como la que más. Éso es lo que son, especialmente el profesor de artes marciales que alucina con una dosis de proteínas forradas en lana.
No sé lo que vaya a estar haciendo cuando el gil ese desocupe su privilegiada tribuna para enfrentar al público, pero, si no hay nada mejor, me comprometo a ir a increparlo al canal o a donde sea y por los medios que sean. De hecho, éste es el primer paso. Ojalá que los tomates estén baratos.