Varias veces me he confesado como un adicto crónico al fútbol. Pese a que no recuerdo el primer partido que vi en mi vida, sí recuerdo mis idas a Santa Laura los domingos a las 11:30 y hasta recuerdo haber ido a una reunión triple, tres partidos por el mismo precio, en el Estadio Nacional. Amo al fútbol tanto como a mi tortuga y cuando no hay partidos que ver me siento como vacío, como estafado por la vida.
Es cierto, soy algo radical pero tengo tratamiento y ha surtido efecto. Soy capaz de perderme los partidos de mi equipo y de otros equipazos de renombre internacional por una buena ida al cine, por un paseo o por una conversación simple y trivial. Como la canción, "Me gusta el fútbol" y como dice Luis Omar Tapia, el periodista chileno que habla como argentino y que trabaja en ESPN, el fútbol es el deporte más hermoso del mundo.
Ok, pero ¿A qué viene esta apología? ¿Tan desconectado estoy con el resto que no me he dado cuenta del Festival de Viña? No estimados y nunca bien ponderados lectores. Todo lo contrario. Les explico.
Ya he hablado acerca de los programas rémoras, aquellos que profitan del espectáculo estival olvidándose por completo de todo lo importante y novedoso que pueda sucerder lejos de la Quinta Vergara.
Todos los canales, así como siguiendo un dogma, destinan valiosos minutos de su programación a cubrir (el concepto es amplio y se adapta a las necesidades y objetivos de cada estación) el festival. Ya. Acepto. El problema viene cuando, en nombre de esta supuesta moda autoexigida, aparecen los opinólogos de última hora, los críticos más feroces, los asesores de imagen guardados en el clóset, los reporteros divertidos, los no tanto, los tira combos, los ataja patadas, los noteros de aeropuerto, los de calle, los de seguimiento, los de entrega (esos que le regalan a sus entrevistados), los payasos, los noteros pesados y los noteros oficiales y los contraoficiales.Uf! Me canso de detallar y, si quisiera podría engrosar la lista.
Lo mismo pasa con los comentaristas, con los bailarines, con los invitados y con todo, con todo el mundillo que gira en torno al festival y que, a veces, se identifica bajo el alero de la palabra farándula.
No es muy difícil, en consecuencia con lo anterior, predecir lo que va a pasar. Para Canal 13 (como antes lo era para TVN y Mega) todo lo que pasa en el festival es súper bueno, lindo, regio, qué rico buena onda. Obviamente, desde la trinchera contraria, se bombardea con todo lo que se tenga a mano, dicha versión: Festival Chanta, fome, apagado, bajo nivel, aburrido, tardío y todo lo que se le puede decir, negativamente, vale. Aparecen generales de la opinión y también soldados y hasta conscriptos de la opinología, atreviéndose -como si estuvieran descifrando el más intrincado de los secretos- a leventar la voz y a apuntar con el dedo.
¿Qué nuevo puede pasar en el Festival de Viña del Mar? Se dice que ahora sí no habrá gaviotas para los artistas del show y, en la primera noche, se entrega la primera y lo mismo en la segunda y así, tenemos un promedio de una por noche. Montaner no dio con el tono y no importa, como si estuviera animando o conduciendo o presentando el Festival de la Almeja, ¡no importa! Grita y grita, apollerado como pocos, no se suelta de la mano de Miryam y estoy pensando seriamente en mandar currículum. Por la mitad de la plata (US$100 mil) hago la misma pega y mejor.
¿Y el fútbol, me olvidé del fútbol? No.
En el fútbol, queridos amigos, uno siempre está echado a la suerte, siempre hay un factor de riesgo, de impredictibilidad que muchas veces es tanto o más poderoso que los clímax de Shakespere. Los equipos chicos se rebelan y golean al campeón, el equipo de las figuras, de las estrellas ¡y más encima en una final! A veces, también pasa, uno ve y goza y se deleita con la actuación de un jugador en particular, un hábil de la pelota que la pide y la pide, aunque cada uno de esos pedidos signifique una patada de padre y señor mío.
Puede pasar algo en el público, en la cancha, con las luces (El Francisco Sánchez Rumoroso es tristemente célebre en este ítem), con el árbitro, qué sé yo. Puede pasar de todo.
Por eso me gusta el fútbol, porque es una página en blanco, porque en alguna medida es un terreno incierto, imprevisible. Si no me creen, vayan y pregúntenle a los tipos de Xperto y todos los juegos de apuesta que se organizan en torno al fútbol. Ahí les explicarán lo del azar, algo muy distinto a lo que se vio, se ve y se verá en el Festival de Viña del Mar. Más de lo mismo, siempre y, lo más triste de todo, cada vez peor.