Las pocas veces que he salido de las fronteras he sido un ciudadano ejemplar. Tanto o más de lo que suelo ser en el Paseo Ahumada o en el Parque Arauco, por citar dos lugares emblemáticos de la urbe. Incluso, cuando salgo de Santiago hago lo mismo. Siempre he procurado ser un fiel y respetuoso seguidor de las normas y, aunque se trate de la calle con menos movimiento del pueblo, espero la luz verde para cruzar la calle.
Ya que se trata de un supuesto, nunca se podrá saber qué hubiera hecho en las circunstancias que llevaron a Cadima y Tamburino, los tristemente célebres graffiteros chilenos, a ser detenidos en el Cuzco. A los 18 ó 19 años uno se siente dueño del mundo y portador de una TIFA o credencial de inmunidad eterna, de ésas que con sólo sacarse del bolsillo echan abajo las prepotencias policíacas más insolentes. Creo que fue a Alfredo Lewin a quien se lo escuché por primera vez, "pórtate mal, pero cuídate bien". Y así lo hice y mis papeles siguen tan limpios como cuando nací.
Ok. Tamburino y Cadima, curados en una plaza del Cuzco, no lo hicieron y, desafiados por un peruano, pisaron el palito (uno primero y el otro después) e hicieron lo que todos sabemos con las consecuencias que nadie sabe, porque, digámoslo, nadie puede dar fe de la integridad física y sicológica de un preso, ni en Guantánamo, ni en Irak, ni mucho menos en Perú, sobre todo si se trata de un par de jóvenes chilenos, detenidos por rayar un muro histórico.
No se cuidaron bien. La mancha, el rayado o la bomba (como entiendo que se le dice en la jerga a la obra) desapareció de la famosa muralla y los chilenos siguen detenidos, esperando en uno de los juicios más sospechosamente largos y burocráticos que se recuerde en la jurisprudencia peruana.
¿Qué haríamos nosotros en el lugar de los peruanos? Antes y después del rayado en el Cuzco, nuestra sociedad -representada en las autoridades pertinentes- ha dado señales al respecto.
En Rapanui un turista japonés rayó un moai. El caso, lo más parecido a lo hecho por Cadima y Tamburino en el Cuzco, le significó al nipón una multa y un decreto de expulsión del país. No hay que ser muy inteligente para asumir que después de semejante fechoría, lo primero que se hace es echarlo o mostrarle la puerta de salida. Igual como cuando uno era quinceañero y echaba a perder una tranquila fiesta por un combo, por un vómito o por quebrar un vaso... qué sé yo. Lo del japonés era un antecedente.
Resulta que ahora, la semana pasada, un turista checo -desobedeciendo las normas señaladas en el parque- cocinó sus alimentos fuera de la zona demarcada para ello. ¿Resultado? Un incendio que arrasa (entiendo que aún no se extingue) cientos de hectáreas de bosque nativo. ¿Castigo? Adivinaron: Los mismos US$150 que pagó el japonés por rayar el moai.
No es que me haya surgido un instinto nazista ni que de repente haya descubierto que Bush tiene razón. No. Pero, me pregunto, ¿Estaremos siendo justos con éstos extranjeros que dañan nuestro patromonio, así como así no más?
Me acordé del chistoso que dijo que tenía una bomba un par de semanas después del 11 de septiembre de 2001. A él también le cayó todo el peso de la ley, extranjera más encima, por una broma que, evidentemenente, no fue la más oportuna, pero tampoco significó grandes daños. Lo único que se puede rescatar del incidente es un sentimiento de compasión por el pobre hueón ése.
¿A dónde voy con todo esto? A que me gustaría ser extranjero en mi propio país. Me gustaría ser tratado como extranjero en Chile si es que alguna vez me pillan delinquiendo en el extranjero. Me gustaría pagar una multa y leer las repercusiones de mi irresponsabilidad desde la comodidad de mi casa, por Internet claro está. Me gustaría que así como en Chile, afuera también se dieran cuenta de las cosas y se midiera con la misma vara.
Quizás esta última imagen me ayude a cerrar las comparaciones. Muchos hemos visto (y probablemente ayudado) a esos rumanos que, sentados en la calle con un cartel, piden ayuda por el sólo hecho de ser rumanos. ¿Podría un chileno pararse en Budapest a pedir limosna con un cartelito que diga, soy chileno, ayúdeme?
Pensémoslo y, cuando otro pastelito haga su gracia, volvamos a discutir el tema. Creo, a pies juntos, que debemos mejorar en este aspecto. Y sí, probablemente, en este caso, mejorar es sinónimo de aumentar el castigo, ser más drásticos.