Amaia Montero sube y baja su brazo en diagonal, cual Tony Manero, mientras las más de treinta mil personas que repletaron Espacio Riesco la imitan como si se tratara de una clase de gimnasia de la que la vasca es la profesora. Han pasado más de cuarenta minutos y el show de La Oreja de Van Gogh no ha parado ni un solo segundo.
Tras el rotundo éxito en el reciente Festival de Viña, el quinteto español cerró una mini gira latinoamericana en Santiago, la última estación del recorrido que incluyó a Pucón y La Serena en nuestro país, además de Buenos Aires y Montevideo.
Pero los españoles tienen un
feeling especial con el respetable nacional. La de anoche fue algo así como una fiesta familiar a la que estaban invitados desde los críos más pequeños hasta sus respectivos padres y también abuelos. Sólo L.O.D.V.G. es capaz de producir ése milagro, el mismo que se traduce en cuarentones -poncheras incluídas- cantando coro a coro con la carismática Montero.
Y probablemente sea ella, Amaia, una de las claves del éxito de L.O.D.V.G. Sencilla como pocas, la española se subió al escenario con una falda que perfectamente pudo haber estado colgada en una de las tiendas del Parque Arauco horas antes del show. La combinó con un
top negro
strecht que cerraría la compra en unos treinta mil pesos y listo. El resto es sólo carisma, empatía y talento, harto talento para enganchar a un público que, es cierto, peca de parcial y hasta incondicional, pero que es público al fin y al cabo.
Por eso los papás deciden acompañar a sus hijos. Por eso el
show de L.O.D.V.G. se convierte en un panorama que deja la casa vacía; porque a nadie le parece mal escuchar las letras suaves y poco pretensiosas del quinteto español, porque parece buena idea tararear un poco de buen pop.
Así se pasó el rato. Y poco importó que el repertorio fuera casi calcado al mostrado en Viña del Mar, daba lo mismo. Todos cantaron, rieron y gozaron, aunque en rigor deba hablar en primera persona plural y decir cantamos, reímos y gozamos.