Saddam Hussein está muerto. Lo ahorcaron después de un juicio tan fraudulento como el que más, apurándose antes de que los demócratas llegasen con su mayoría al parlamento y presionasen contra la ejecución del enemigo (antes amigo) número dos de Estados Unidos.
Ok, sé que no es bueno y que es retrógrado todo esto de la muerte (en la horca, con una inyección letal o a través de un fusilamiento), pero es. Por lo menos en Irak así es.
Los partidarios de Saddam prometieron ríos de sangre una vez muerto su líder y es que, una de las cosas que más molesta, es que una autoridad occidental se haya metido en las decisiones de un orden oriental o islámico. Claro, a nadie le gustaría.
Bien muerto o no, lo cierto es que Saddam es pasado. Sus crímenes (asesinatos masivos con armas químicas por ejemplo) serán una de las páginas más negras de la historia mundial. Sin embargo, no quiero ni pensar en el día que a Bush le llegue ese momento. Probablemente el rito sea menos apoteósico como ahora, pero así como hoy existe gente feliz de la muerte del ex dictador iraquí (yo no me cuento entre ellos por si acaso), el día que Bush muera también habrá gente feliz en las calles. Y no sólo de Bagdad, sino en el mundo entero.
Etiquetas: Actualidad
- I'm Jorge Enrique Díaz Pérez
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