Nunca pensé que la maldita llave de la cocina me iba a linkear a un personaje así. La verdad es que el dato es del conserje, Manuel, quien me dijo que conocía a un gasfiter bueno, un viejito que trabaja al lado de los carros, en pleno Irarrázaval.
Llegó a media tarde y olía a transpiración, pero era digno. Si estuviera recién bañado, peinado y con una chaqueta azul de botones dorados, pasaría por un aristócrata más, pero no. El hombre vestía un pantalón tanto o más viejo que su maletín (de esos de cuero, con amarras y todo) y un polerón con la típica frase en inglés, onda easy way. Le di la mano, gruesa y dura como la madera, y le conté.
"Me está fallando la luz, parece que me estoy poniendo viejo... ja, ja, ja", partió diciendo para iniciar la ceremonia de instalar sus lentes delante de esos ojos verdes intensos.
"Antes se hacía buena grifería acá", me decía. "No como ahora, que todo es chino y cuesta mucho encontrar algo que no sea plástico ni desechable", seguía. Yo, educado, asentía, como tratando de seguirle la conversación, pero sin demostrar demasiado interés tampoco.
"Fíjese que llevo trabajando 42 años. Tengo dos hijos, los dos médicos", seguía hablando mientras diagnosticaba la enfermedad del aparato. "Antes se ganaba como gasfiter, ahora no. Usted levanta una piedra y salen veinte gasfiter", se quejaba. Yo seguía asintiendo.
"Yo he trabajado toda mi vida en este sector. Yo era el gasfiter del Presidente Carlos Ibañez del Campo, él tenía su casa aquí a la vuelta, en Dublé Almeyda", dijo y empecé a interesarme más en la conversa. "Todos los meses me llegaba el cheque, trabajara o no, pero si me llamaba a las tres de la mañana porque había algo malo, allá tenía que ir", contaba.
"También trabajé para el dueño de El Mercurio ¿cómo es que se llama ese caballero?", preguntó. Agustín Edwards, le respondí. "Ése mismo. Cuando estaba haciendo su casa allá en Lo Curro", recordó. "El hombre me mandaba a buscar con su chofer. Y, si estaba trabajando, me esperaba, pero allá tenía que llegar yo con él".
"El presidente Allende me llamaba para ir donde sus pololas, ja, ja, ja... Puta que era lacho", contaba como con ganas de seguir.
El tipo colocó las gomas sobre el cuello de la llave, engrasó las piezas y las apretó con el caimán. "Ya", dijo. "Eso era todo". ¿Cuánto me va a cobrar maestro? "Cuánto le voy a cobrar...", me dijo mirando a la llave que acababa de areeglar, "unos dos mil pesos serán".
Le pagué y desde el umbral de la puerta, con el maletín en la mano, seguía con la conversa. "Mi nieto también es doctor", se jactaba el hombre. Hasta luego, suerte, que le vaya bien, le dije.
Esta mañana, al ir a la compra, pasé por el lugar. Existe una placa dorada que recuerda que, efectivamente, en ése sitio, Dublé Almeyda entre Los Tres Antonio y Exequiel Fernández, vivió el Presidente Carlos Ibáñez del Campo. Yo, hasta ayer, no tenía idea.