Empecé a escribir varias veces esta columna. La primera fue el mismo viernes, cuando todos -en mayor o menor medida, directa o indirectamente pero todos al fin- esperábamos la anunciada conferencia de prensa en Juan Pinto Durán.
Después traté de hacerlo el sábado en la mañana, tras de haber leído todos los comentarios y detalles de
su renuncia (con ribetes de escándalo por las revelaciones hechas) y hubo un último intento, ya por la tarde, luego de conocerse
la respuesta desde Quilín (con Sergio Jadue y sus boys), incluido
el hincha aquel (¡qué bochorno!).
El asunto es que ninguno de los textos esbozados alcanzó a desarrollarse ni mucho menos a nacer. Aún estoy a la espera del diagnóstico médico, pero me inclino por la idea del aborto espontáneo. En fin.
Anoche, con la tele apagada y la oscuridad reinando en la pieza, caí en cuenta. ¡Claro! Dadas las características del personaje, su multifacetismo, su desbordante figura, su enigmática personalidad y su notoriedad pública lo mejor es decir con cuál de todas las partes del mismo todo, del mismo Bielsa, me quedo. Mi Bielsa.
Nunca entendí ni comulgué con
el Bielsa de las conferencias de prensa. Aquella extraña -casi patológica timidez diría- que lo obligaba a esconder la mirada frente a su interlocutor siempre me llamó la atención. Estoy convencido que si pudiera ahorrarse el trámite, Bielsa lo haría feliz. Su relación con los flashes, las cámaras, las grabadoras y los micrófonos es distante (
"todo lo periodístico me pone mal", dijo alguna vez).
Tampoco podría hablar, como muchos sí pueden hacerlo, desde el encuentro casual. Conozco gente que se lo topó en el cine, cenando en la Plaza Ñuñoa, comprando en la feria, buscando libros o simplemente paseando por Chile.
Ellos podrán dar cuenta del lado amable del mismo tipo que, desde la mirada pública, se ve frío y distante. Para ellos no. Para ellos Bielsa es un pan de Dios, un conversador inagotable,
contador de anécdotas, un tipo amable, generoso y dadivoso. No son pocos los regalos que dejó: Desde su humilde pero confortable sedán (un Nissan Tiida) hasta la nueva infraestructura de Juan Pinto Durán, pasando obviamente, por los triunfos y las alegrías futbolísticas.
Precisamente ahí está mi Bielsa. En un partido particular.
Chile versus Colombia en el Nacional.
Por razones que no vienen al caso explicar (trabajos pendientes de última hora) tuve que quedarme en la oficina escuchando (ni siquiera pude verlo en directo por TV) aquel partido, para muchos, uno de los mejores que jugó la selección en su camino al Mundial.
Ahí estaba yo, corrigiendo detalles con la oreja pegada al relato de su amigo Ernesto Díaz. Partidazo. La goleada así lo demostró y posteriormente, ya viendo las imágenes, comprobé lo mismo.
Bielsa con el puño cerrado, agitándolo al viento con la cara llena de gol. Su pichón, uno de sus favoritos (Matías Fernández) sellaba la victoria con una jugada que bien podría ser la carta de presentación del Bielsismo. Fue una jugada larga, buscando el espacio, rotando, pasando de un lado al otro, arrastrando marcas los delanteros, pasando los volantes, centro atrás y paf! Remate del enganche. Golazo.
Hoy, tras revisar una y otra vez
sus emotivas palabras de despedida (al borde de las lágrimas incluso) me doy cuenta que sí. Bielsa, como lo reconoció varias veces, admira nuestro país y más allá de las comodidades económicas que le permitía su contrato (siempre fue un tipo austero) se sentía a sus anchas en Chile.
Creo, sin temor a equivocarme, que Bielsa es tan argentino como chileno. Durante los tres años y medio que vivió como uno de los nuestros, el técnico supo apreciar los valores que tenemos como sociedad y que, vaya paradoja, somos incapaces de ver.
Ese es mi Bielsa, más allá de la contingencia político-deportiva claro, me quedo con el fanático (orgulloso dijo a la hora del adiós) de lo nuestro, de los detalles que tanto tú como yo, deberíamos atesorar un poco más.
¿Y para ti, cuál es tu Bielsa?
FOTO: En
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