Con un amplio y variado panorama deportivo por delante, incluida Copa Davis y el partido de Universidad Católica, el almuerzo del fin de semana se presentaba más como un obstáculo que como un placer. ¿Opción? Las infaltables y entrañables por allá en España, empanadas de pino, horneadas y crujientes, una delicia. Partí.
Cerca de casa está la fábrica de Cosita Rica, empanadas realmente ricas, con carne de posta picada, aceitunas grandes, pasas y todo lo que el manual de la buena empanada señala como necesario. Entré y la escena era la siguiente: El dueño y una señora de unos sesenta años, peliteñida, una de ésas joyerías ambulantes (qué manera de tener argollas, collares y anillos, ¡señora por favor!) abanicándose y parlancheando como si la hubieran tenido amordazada desde el año pasado.
"Es que ahora las mujeres no dejan nada para la imaginación de ustedes", decía la señora -mirando al señor y a éste servidor- sin el menor empacho en desvelar sus recuerdos de infancia. "Yo me ponían hasta enaguas y no me andaba paseando medio desnuda, como las mujeres de hoy, por la calle. Si se agachan y se le ven todas las nalgas", seguía la señora con un muy bien pronunciado reclamo.
"A mí como hombre me gustaban las enaguas", respondía el dueño avivándole la hoguera a la vieja que, como vive sola, no tiene más opción que chacotear en el negocio de las empanadas.
Ambos me miraron como esperando mi intervención. ¡Vayan a joder a otro lado! Vine a comprar empanadas y si eso significa tener que meter la cuchara donde no me interesa hacerlo, prefiero ir al otro negocio... por último voy al Líder, pero unirme al club de conversadores inoportunos, no.
Me hice el leso. Agarré el celular para ver la hora, como para apurar la cosa, que el tenis ya va a empezar y no me quiero perder ni un solo punto.
"Cuando fui a China...", seguía el enésimo track de la vieja aburrida cuando pagué y hasta con cierto sabor a alivio, abandoné el lugar. Por fin, con mis empanadas en la mano, derecho a la TV.
¿A qué viene el cuento? A que hoy, como ya se está haciendo costumbre, aparece la
noticia de la ¿coronación? ¿premiación? ¿elección? de la nueva
Miss Reef. Yo no me quejo, pero es evidente que de un tiempo a esta parte, compatriotas, están más desinhibidas. ¡Salud por eso! y ya que ésta vez ganó una española... Olé.