Confieso que no me gustaría ser danés. Confieso que preferiría un suplicio chino a tener que vivir en Siria o en otros países musulmanes con pasaporte danés. Si así fuera, no dejaría de sentirme con una mira en el pecho, como con una especie de sentencia tácita, como condenado por un crimen que más encima no busqué ni provoqué.
El error, la publicación de caricaturas del profeta
Mahoma, fue del diario
Die Welt. A ellos se les ocurrió, como si no hubiera otra cosa mejor que hacer, pasarle el lápiz al más bueno para el dibujo (y para la talla perece; aunque dudo del buen sentido del humor del autor) y así, publicar una serie de caricaturas en las que el profeta no aparece muy bien parado.
A todas luces fue una metida de patas. Hasta el fondo. Y quién sabe cuál será el fondo.
He visto la cara llena de furia de los cientos de musulmanes que han hecho fila para pisotear la bandera danesa. Todos hemos visto y de alguna manera también sufrido las consecuencias de cohabitar con la sede diplomátioca europea en Damasco y aún así, nadie puede asegurar que haya llegado el punto final.
Con la misma imparcialidad, aunque con más preocupación, he visto las caras de miedo de miles de daneses, quienes bajo el lema de paz, imploran casi que las represalias no golpeen sus puertas.
El mismísimo Vaticano y una serie de autoridades políticas y religiosas han hecho ver la inconvenciencia del hecho. Con la imagen de una figura de la talla de Mahoma, Jesús para los católicos, sencillamente no se juega. No se puede.
Lo peor de todo es que desde el 11 de septiembre de 2001 en adelante los musulmanes han demostrado de todo lo que son capaces con tal de ofrendarle a su profeta. Así, no sería raro que la portada de los diarios daneses cambiara, quizás quién sabe qué día, titulando sobre la masacre ocurrida en Copenhague.