El jueves 15 de diciembre, a eso de las 19:00 horas, falleció mi tío. Mal. Pese a su enfermedad, no creo que hayamos estado preparados para su partida. Sin embargo, no sufrió, gozó hasta el último día de su vida y, paradójicamente, salió caminando por sus propios medios antes de que el paro cardiorrespiratorio hiciera lo suyo.
El asunto es que como uno de los sobrinos, a mucha honra, más cercanos al tío Eugenio, tuve que ir a la funeraria. Toda una experiencia.
Con una trivialidad digna del mejor vendedor de teléfonos celulares, el encargado de la oficina ubicada en Irarrázaval (casi esquina con José Pedro Alessandri) nos hizo esperar un par de minutos, ya que estaba atendiendo a otra familia antes.
La estrategia del tipo es retener pronto el parentesco con el difunto. Así, desde ése momento en adelante, habla (como en éste caso) del tío. El tío para arriba, el tío para abajo.
La venta sigue con el punto más importante de la transacción, la elección del ataúd. No sé por qué, pero nunca me gustó mucho la palabra cajón. En fin. En el segundo piso de la oficina, sala de ventas, están dispuestos los modelos.
Ordenadamente, como si fueran zapatos o poleras de temporada, uno a uno, en un perfecto orden de precios (desde el más caro al más barato) se disponen sólo las esquinas de los féretros, escondidos detrás de unas puertas como de clóset. Acompaña, obviamente, una foto tamaño completo del artículo en cuestión.
Así, me enteré de que la ley de mercado también opera en circusntancias tan dolorosas y trágicas como éstas. Hay servicios V.I.P. o ABC1 y también, D y E según sean los medios de los familiares o del mismo difunto.
Carrozas del año, coro, flores, libros de condolencias, embalsamamientos, maderas nobles, enchapadas, en bruto, etc, etc. Ni hablar del cementerio. Más cerca o más lejos del camino principal, con o sin árboles, ¿qué cantidad de superficie destinada a sepulturas? ¿20? ¿50? ¿80? Súmele U.F. no más. Atroz. Me sentí peor que en mis más malos arranques consumistas en el Parque Arauco.
Es cierto que es un trámite necesario y que tiene que hacerse, pero eso no significa que, como en éste y otros casos (fuimos al Hogar de Cristo, no me quiero ni imaginar lo que pasa en otras funerarias) se haga a cualquier costo o de cualquier manera. Hay un montón de detalles, de delicadezas que, entiendo, deben mantenerse en situaciones así. ¿Le estoy poniendo mucho? Creo que no.
Imagen: Muerte en la habitación, Edvard Munch (1895)