Desde el domingo último (27 de noviembre), el
Lago Maihue pasará a formar parte del exclusivo y lamentable club de lugares que, como el
estero Minte, por ejemplo, pasan del anonimato a la luz pública gracias a una tragedia.
Sí, así es. En el que parecía un viaje más, uno más de sacrificada rutina de los pobladores de ésa zona del país, alrededor de 20 personas fallecieron (hasta hoy existen 11 desaparecidos), la gran mayoría de ellos, niños que iban al internado más cercano (ubicado en Maqueo), a estudiar y tratar así, de luchar con un arma novedosa para sus padres, contra la pobreza y la desigualdad.
La
belleza del paisaje es innegable y cuesta imaginarse cómo, de un momento a otro, el paraíso se convierte en infierno.
Aunque la verdad, no cuesta tanto si ponemos las cosas en orden y nos damos cuenta de la suma de negligencias que rodean éste caso. Tal como lo señaló a través de una carta a El Mercurio
Jacinto Gorosabel Ortiz, éste tipo de tragedias duele mucho más si se toman en cuenta las mínimas consideraciones que sí se tienen, por lo menos, en los principales centros urbanos.
A ver, si la lancha funcionaba como un verdadero transporte escolar, pues que se haya sometido a las revisiones que ése tipo de vehículos, dada la importancia que tienen, no parece descabelado.
Sin embargo, la embarcación viajaba sin matrícula, con sobrecarga, con un evidente forado en la proa y, más encima, en medio de un fuerte temporal.
Y sigue, y sigue con más dolor e importencia para los familiares de las víctimas, probablemente arriba, en la foto, casi todos miembros de la misma familia, la familia Santibáñez; sigue si atendemos los relatos de los sobrevivientes, quienes señalan que el conductor de la lancha viajaba borracho (Luis Santibáñez: "El patrón se reía cuando nos hundíamos" La Cuarta).
No sé. Ya están las cosas así y la geografía del lugar es escarpada y vertiginosa y así seguirá siendo. Sin embargo, me gustaría, como creo que le gustaría a varios, que eso no sea una especie de condena, una especie de pie forzado para encontrarse con la muerte cualquier día.
No fue un accidente, fue una negligencia. Y así como el Estado tuvo que hacerse parte e indemnizar a las víctimas de Minte, probablemente tenga que hacer lo mismo en éste caso. Lo que sí es seguro, que a ninguna de ésas madres, a ninguno de esos familiares, ni toda la plata del mundo, les devolverá la felicidad de abrazar a sus hijos antes de ir al colegio.