Que Argentina nos corta el gas, que Bolivia no deja entrar a los camiones con patente chilena a La Paz, que sí, que no, que de repente sí, que es por mientras no más, sólo durante las encuestas estén tan bajas para el gobierno de turno (gobierno por llamarlo de algún modo, porque a la distancia no parece que gobiernen mucho), etc., etc.
Pero la gota que rebasó el vaso es el famoso y tristemente célebre proyecto de ley (ley promulgada y firmada a éstas alturas) de límites y bases marítimos, una desconocida flagrante de todos los tratados y convenciones, como la del mar, de parte de Perú hacia Chile, nuestro país.
¿Qué dice Perú? Que la línea recta, la prolongación del paralelo que delimita la frontera terrestre entre nuestros países (que es, dicho sea de paso la norma para fijar los límites en el mar) no es lo más adecuado (¡y justo ahora se dan cuenta!) para los intereses limeños. Ok.
Tal vez es un poco burdo el ejemplo, pero es como si un vecino común y corriente decida ampliar su casa hacia la calle, pasándose por alto todos los planos reguladores de su comuna, las normas de edificación y todo el turro de papeles y documentos que rigen las normas de convivencia entre unos y otros.
Pero no. Perú, el gobierno de Alan García, el de Fujimori, el de Toledo y el de quien venga (que, curiosamente, puede ser uno de los dos antes citados) es así. Son así. Son al lote, son bananeros (y no tengo miedo de mal utilizar el término) y para nuestra desgracia limitamos al norte con ellos y no con Noruega o Finlandia, verdaderos ejemplos de civilización, buenas costumbres, desarrollo y respeto.
Y para colmo, la Plaza de Armas de Santiago está llena de peruanos. No quiero ni pensar, si la sangre llega al mar, qué va a pasar con aquellos. Aunque yo en su lugar, estaría comprando los pasajes de vuelta...