Vengo llegando del cine. El estruendo de las bombas sobre Berlín y el zumbido de las balas rusas aún retumban en mi cabeza y estoy procesando nuevamente la información almacenada en mi disco duro sobre la segunda guerra mundial y, especialmente, sobre Adolf Hitler.
Ojo, que lo que menos pretendo a través de este comentario es hacer una apología del que debe ser el ser humano más monstruoso que ha pisad la tierra, pero ¿alguien sabía que Hitler tenía parkinson? ¿que era vegetariano?
Con razón, la imagen del führer está basada en sus atrocidades y en la estricta disciplina del nacional socialismo, pero si un mérito tiene la película
La Caída, es, precísamente, mostrar el otro lado de la moneda. Igual de perverso, igual de cruel y hasta mucho más violento que el opuesto, pero es el otro lado.
La gracia de Oliver Hirschbiegel, su director, es atreverse a mostrar desde el lado alemán, con ojos de alemán, con olor a alemán y con el pensamiento alemán, los últimos días de Hitler y su séquito. Y creo que lo hizo bien.
Muchos pueden decir, y en eso se ha centrado cierta parte de la crítica, que la película logra humanizar lo inhumanizable. Logra, de algún modo, hacer que uno sienta pena y compasión por el general del bigote y la partidura hacia el costado. Al menos yo no lo sentí así. Lo que sí puedo suscribir, es que la película muestra cómo nadie del entorno más cercano al führer fue capaz de decirle en su cara, que la derrota era inminente, alimentando así, una falsa esperanza de triunfo y, de paso, enviando al cementerio a unos cuantos miles que pudieron haberse salvado de firmarse la rendición germana ante el inexorable avance de las tropas rusas.
Es rara la película. Rara desde que aparece el primer uniforme alemán y me doy cuenta de que no todos son como los mostraban las películas yanquis. Rara porque se muestra el día a día dentro del bunker bajo Berlín. Los desayunos, los almuerzos y las cenas. Los baños, las sábanas y las sillas del que estuvo a un triz de ser amo y señor del mundo entero. Es, por momentos, un paseo, un backstage por la vida de un personaje sobre el cual muy pocas veces nos hemos cuestionado éstos mismos detalles.
La gracia se debe a la última secretaria del führer,
Traudl Junge (interpretada por Alexandra María Lara). Sólo gracias a éste nivel de confianza, con la estrechez de la relación entre el jefe y su secretaria privada, podemos -por suerte- darnos cuenta de los miles de detalles que rodearon los últimos momentos de Hitler y sus socios.
Salí del cine como cuando salía de la sala de clases. Aprendí un poco más de historia, aprendí un poco más sobre el que debe ser "el" acontecimiento del siglo XX y quizás de toda la historia del hombre. Pero, sobre todo, aprendí a que si escuchamos a más y más involucrados en los hechos es tanto mejor. De lo contrario, podríamos cometer los mismos errores. ¿Alguien me prestará la plata para filmar una película parecida en Irak?