¿Se podría decir, así como se dice "dime con quién andas y te diré quién eres", "dime dónde vives y te diré quién eres"?
La pregunta surge porque, muy probablemente, abandone la casa del Pasaje Mozart, y me cambie, junto a mi familia, a Ñuñoa, en los alrededores de Irarrázaval. Nos vamos a un departamento, nos vamos a un edificio, nos vamos de La Florida. ¿Por fin?
Desde que la idea empezó a tomar cuerpo, ir al almacén de la esquina, toparse con los vecinos de siempre, con los otrora niños (ahora adolescentes en edad de merecer), llegar al pasaje, bajarse del colectivo y caminar hasta la casa, el camión de la basura, el del gas, el vendedor de agua soda, los carteros, todo, todo, empieza a oler distinto. Es como si sus figuras se tiñieran de un tono sepia, como si se transformaran en fotografías antiguas, empolvadas ya, guardadas de antemano en el baúl de los recuerdos.
A veces pienso y me pregunto si debiera ir a despedirme de don Manuel, el almacenero. Pienso si debiera despedirme del tipo que me trajo el gas, en pesados envases de 45 y 15 Kgs, inviero y verano, en el mismo triciclo roñoso a éstas alturas de la vida. Pienso en los choferes de los colectivos, ésos que antes manejaban los inmensos Chevrolet Opala y nos llevaban a los tres, a mi mamá a mi hermana y a mí en el asiento delantero y que ahora manejan los minúsculos Nissan V-16. Pienso en el kioskero, en el vendedor de la agencia de Polla, en el jardinero, en los profesores del colegio. Pienso y me pregunto si debiera dejar una marca en la calle, si acaso habrá una marca que indique que por éstos lares viví yo y no otra persona. ¿Habrá?
No sé si ponerme contento o triste. Ahora me voy a demorar menos en llegar a casa (al departamento, acostúmbrate, al departamento), ya no va a ser necesario esperar el 3031 en el frío del paradero 14 de Vicuña Mackenna. Mi referente ahora será Irarrázaval, Pedro de Valdivia, Macul... no Rossini, Donizetti ni mucho menos San José de la Estrella ni General Arriagada. Desde muy pronto será más fácil explicar cómo llegar a mi casa, a mi departamento, perdón. Supongo que todo el mundo se ubica más en Ñuñoa que en La Florida. Voy a ser ñuñoino y voy a dejar de ser floridano. ¿Se puede eso? Uno puede andar por la vida con algo así como un carné de membresía a una comuna, a un barrio. Reconocería a la gente de La Pintana, de La Granja o hasta de La Florida, los tres sentados en el mismo banco, en el Paseo Ahumada. ¿Podría?
Pienso en los detalles que me amarran a esta casa. Pienso en los recuerdos que tengo acá. Mis veranos en patota (todos los menores de 15 años que vivían a menos de una cuadra a la redonda, sí, unos 10 ó 12 pendejos en una piscina de seis metros cuadrados). Me acuerdo de mis cumpleaños, fiestas muchas de las veces pantagruélicas que terminaron con más de un invitado con gastritis por la acumulación de tortas de chocolate, completos con chucrut y helado de piña. Me acuerdo de los años antiguos de la casa, cuando acompañaba a mi papá a pintarla, a clavar, a terminarla, no sé. Sólo me acuerdo que comíamos empanadas en un banco de madera y que íbamos caminando hasta la ferretería.
Imagínense la cantidad de detalles que he pasado por alto. Son casi 25 años (creo que llegamos un 18 de septiembre, parece que fue en 1980). Imagínense la cantidad de agua que ha psado bajo el puente.
Embalar, avisar el cambio de dirección a mis acreedores, cambiar el teléfono ¿cambiaré de mail? desembalar, pintar, ordenar, adaptarse, acostumbrarse al árbol de la esquina, grabar caras nuevas, caras que van a ser conocidas desde ahora, tratar de borrar las que van quedando en el disco duro... Uf! ya me estresé.
Me voy a cambiar de casa. Voy a tener que escribir otra dirección en la casilla donde me preguntan dirección. ¿Heavy, no? Yo lo encuentro súper heavy.