No soy padre, pero tengo ganas de serlo. Cada vez me fijo más en los niños e imagino cómo será el mío. En fin, el tema es que a propósito de las mentadas vacaciones de invieno, me parece pertienente opinar sobre el atentado que vi el fin de semana.
Resulta que los ingeniosos de La Tercera no encontraron nada mejor que editar un suplemento especial con el tema. Una agenda de clichés y lugares comunes, como si el bombardeo en las noticias no fuera suficiente como para organizar un día de esparcimiento con los cabros chicos.
Que la típica película, el MIM, que la nieve, que el nunca bien ponderado zoológico, acá y allá. Panoramas varios, para todas las edades, para todos los bolsillos, para todos los gustos. ¡Stop!
¿Es que acaso los niños son un lastre que no se puede andar con ellos y, entonces, es mejor llevarlo donde uno los deje, a cargo de no se quién y, como si fueran ropa en la tintorería, los vamos a buscar en un par de horas más? No quiero hacer eso con mi vástago.
Siento que con este tipo de cosas, el resultado no es otro que tanto o más estrés del que ya traen los pobres con tanto colegio, tanto furgón y tanto monito animado. Creo, a piues juntos, que más de alguna madre trabajólica (como las que peligrosamente abundan en los nuevos avisos televisivos) ya le tiene agendadas las vacaciones a su chanchito y alpobre ni siquiera le preguntaron.
A mí por lo menos me gustaba no hacer nada. No tener que hacer esto o lo otro, sino que se me ocurriera, por equis motivo, hacerlo. Si me abirría o me entretenía, era mi problema, pero no me dejaban el cacho hasta que me pasaran a buscar en unas horas más. ¡Qué lata!
No hay nada mejor que el ocio. Echar a andar la mollera, pensar, cranearse, tomar caldo de cabeza, probar qué hacer y no hacerlo sin antes probarlo. Es sano, inteligente desde todo punto de vista y, lo mejor de todo, es gratis.