No sé a ustedes, pero a mí el tema me está sonando tanto o más importante que la reciente muerte del Papa Juan Pablo II o, incluso, que a las guerras contra el terrorismo en Afganistán e Irak. Obviamente, el caso Bolivia tiene otros matices y es distinto por naturaleza, pero, de todos modos, se trata de un notición que perfectamente se podría titular con la frase, en letras rojas por supuesto, "MURIÓ BOLIVIA".
La crudeza de la frase no es exagerada ni mucho menos. Es así. Bolivia se está muriendo (de está matando mejor dicho) en nuestras propias narices, con las cámaras de CNN transmitiendo para todo el mundo, como lo hacen en los grandes eventos.
Los bolivianos, en su mayoría indígenas del macizo andino, protestan porque se vaya Mesa (lo cual lograron), protestan porque se nacionalicen los hidrocarburos (no sé si eso sea una solución) y porque se establezca una asamblea constituyente (que dudo sepa contener las ansias independentistas de las distintas regiones y etnias). Raya para la suma, a más de dos semanas de protestas y bloqueos de caminos, rodeando el congreso y el palacio presidencial, la situación no mejora y todo indica que, así como un borrachito en malos pasos, el país se acerca al precipicio.
Las presiones sociales, encabezadas por caudillos de la talla de Evo Morales, surtieron efecto. Efectivamente, valga la redundancia, la gente salió a la calle. Pero cabe preguntarse ¿para qué? ¿Y ahora qué?
No creo que el señor Morales ni otro de los líderes conocidos tenga una respuesta. De hecho, el presidente Mesa renunció diciendo "hasta aquí no más puedo llegar" y el canciller se tomaba la cara a dos manos en la Asamblea General de la OEA suplicando ayuda para su país. Así de dramática es la situación en el altiplano.
La frase guerra civil comienza a ser cada vez más recurrente y, como cuando uno pasa por el lado de una pelea en la calle, no sabe qué puede pasar, cómo lo va a afectar. El éxodo de bolivianos será un efecto predecible del caso y no sabemos qué más, a parte de ser receptores de bolivianos asustados, defraudados y, sobre todo, necesitados, puede pasar.
Bolivia está en jaque y, por qué no decirlo, parece una bomba de tiempo con bandera. No creo que haya solución pacífica ni mucho menos diplomática a la crisis. Tan acostumbrados a botar presidentes, nuestros vecinos dispusieron las cartas de tal manera que ahora sólo les queda mostrarse y subir y subir sus apuestas a ver quién gana. Los cruceños están en otra y, hace rato quieren desligarse de sus compatriotas. Total, ellos son los dueños del gas y, con ese activo, pueden sobrevivir mucho tiempo más. El problema está en los campesinos, en los indígenas y en la mayoría de la población que espera y a la vez presiona por una solución que ni ellos mismos dimensionan.
Un desastre, una lástima, pero sobre todo, una lección para saber cómo no se tienen que hacer las cosas.