Nadie puede decir que no se le avisó. Nadie puede decir "no me enteré", "no me contaron" o "a mí nadie me dice esas cosas entretenidas", pero mucho menos, nadie puede alegar porque tenía una cita, una reunión o un compromiso previo. A través de este medio, así como ya se ha sabido en varios más, les anuncio que el 20 de julio de 2006, a las 12:39 GMT, todo el mundo saltará.
La idea, tan genial como ociosa, es de propiedad anónima para mí hasta el momento, pero reconozco que varias veces soñé con algo parecido. Incluso, recuerdo con gracia un talentoso y creativo aviso comercial de un flan, en el que la protagonista (Francisca) llama a sus amigos en China (léase en las antípodas) para que salten y así, con el movimiento que genera el salto de millones de chinos, el flan caiga de la bandeja superior del refrigerador de Francisca acá, en uno de los tantos condominios pitucos de Santiago.
Y claro, con esto de las comunicaciones instantáneas, la globalización y todo eso que llamamos modernidad, se hace mucho más fácil. Lo único necesario es decirlo, publicarlo y esperar que como en este caso, la idea se reproduzca a sí misma hasta que inunde todos los rincones del planeta.
Es lo más democrático y participativo que he escuchado en toda mi vida. Es como una invitación a un cumpleaños mundial o algo así. Un acontecimiento al que todos, desde capitán a paje, estamos invitados y del cual, con esa misma trasnversalidad, somos igaulmente protagonistas.
Un salto. Juntar los pies y despegarlos del suelo para caer con todo el peso de nuestros cuerpos -más o menos simultáneamente- sobre el mismo suelo en todas partes del mundo. ¿Qué va a pasar? Espero todos los análisis del caso, todas las predicciones apocalípticas de rigor y, por qué no decirlo, espero también a la infaltable Yolanda Sultana.
No va a faltar el cura fanático que diga que el salto es inmoral, que atentaríamos contra no sé qué, que quien ose saltar ése día y a esa hora será excomulgado y eso. Probablemente, así como una ecuación de fuerzas, el efecto sea nulo. Probablemente, como los orientales son más, nos hagan saltar más lejos a nosotros, los occidentales y así, como en un gallito planetario, elos ganen la apuesta y se queden con el mundo.
Prometo, solemnemente, no sólo unirme al salto, sino, apenas un par de minutos después, prometo conectarme para escribir mi reacción al respecto. Ojalá, sinceramente espero que sí, el gran salto no sea un nuevo Y2K y que por fin, sin vernos ni conocernos, sin cuentas corrientes de por medio y sin causas nobles encima, todo el mundo, todos nosotros, nos unamos en un solo gesto. Un salto.