Que el fútbol chileno está en franco decaimiento no es nuevo. De hecho, la selección de Juvenal Olmos es sólo el reflejo (opaco reflejo, claro está) de la situación, algo parecida a un enfermo en camilla, conectado a tubos de oxígeno y máquinas varias para mantenerse con vida. Así de claro y así de lamentable también.
Sin embargo, como la solución pasa necesariamente por un cambio profundo (renovación en el directorio de la ANFP, entrada de privados, aprobación de la ley de sociedades anónimas deportivas, etc) y que, como tal, demorará un par de años en entregar sus frutos, debemos hacer algo rápido, que por lo menos saque al paciente de la UTI y lo deje, estable, en una sala común, a la espera del remedio para su enfermedad. ¿Qué puede ser eso? ¿Qué puede cambiar, semana a semana, con el fin de mejorar la actividad, como suele denominarse al fútbol? Los jugadores tienen la respuesta.
Es lunes y los ecos del último partido entre Colo-Colo y Universidad de Chile aún retumban entre las paredes. Hoy, en vez del golazo de Ángel Carreño, el tema de conversación fue lo que pasó después del empate del metalero volante. El grito en la cara de Jorge Valdivia a Jhonny Herrera y todo lo que, obviamente, desencadenó esa acción.
Creo que Valdivia, como ya se ha dicho, jugó un mal partido y cuando la cosa no funciona con los pies, se acuerda de la boca. Habló y habló durante la semana pero poco de aquello pudo refrendar, así es que el empate de Carreño le sirvió como excusa para explotar y desahogarse. Lo hizo con la persona equivocada, porque Herrera tampoco es de los muy callados, así es que ardió Troya. Evidentemente, algunas críticas han caído sobre el árbitro del partido, el treinteañero Enrique Osses. Soy de los que creo que lo hizo bien y que si no pudo hacerlas mejor fue, única y exclusivamente, por culpa de los jugadores.
Rivarola sería un gran jugador si se concentrara más en la pelotita y menos en su rival, como se lo recordaba Héctor Pinto desde la banca; Gioino pecó de lo que pecan todos los delanteros en éstos partidos, de alegarlo todo; Nelson Pinto, lisa y llanamente, no puede marcar así y, por el lado de Colo Colo, Villarroel no le puede quitar así la pelota al técnico azul y, en general todos, no pueden caer en el juego sucio de los azules.
El fútbol chileno sería menos malo si, por ejemplo, los jugadores se tiraran menos a la piscina; si llamaran menos al médico y se pararan más rápido, si no magnificaran cada empujón como si fuera un tiro de gracia o si atacaran más de lo que defienden.
El público, los clientes de esta gran empresa, no es tonto y, en la medida que el producto mejore cualitativa y cuantitativamente, lo comprará con más y más ganas. Ahora, en la medida que las camisetas se confundan, que los círculos centrales se asemejen más a un cuadrilátero que a una circunferencia o, de frentón, en la medida que se juegue con el freno de mano puesto (porque los partidos que valen son los de los play off) la luz al final del túnel se verá más y más lejos, aumentando este sentimiento de claustrofobia que a veces se siente mirando el fútbol chileno.