Pocos nombres son tan polisémicos y elecuentes como el que encabeza esta columna. La noticia de su fallecimiento me llegó mientras González perdía con Safín en Moscú y sin exagerar, desde ese momento no salió el sol en Santiago. El domingo pasó a ser un día triste y amargo, doliente por tu partida.
La ciudad y sus ciudadanos están, estamos, tristes. Deben ser muy pocos los que no se atrevan a reconocerle méritos a Gladys, la a estas alturas mítica secretaria general del Partido Comunista. Desde Joaquín Lavín hasta Ricardo Lagos, pasando por Piñera e Insulza, todos los que se reconocen a sí mismos políticos, han detenido un minuto sus actividades dominicales para honrar a la dirigente.
Yo, a través de éstas palabras, quiero hacerte mi humilde homenaje. Decirte, así no más, con la misma simpleza y humildad que caracterizó tu vida, gracias. Gracias por ser la primera (un cargo que nunca pereció incomodarte) en presentar una querella contra Pinochet. Ésa debe ser tu victoria más dulce, tu triunfo más sabroso y el que en definitiva, acompañará tu nombre en los libros de historia.
Sí, porque enero de 1998 no era ni el mejor ni el más indicado de los momentos para golpear las puertas de palacio y reclamar justicia. Sin embargo, cual quijote, lo hiciste. Llegaste, como una ciudadana común y corriente, a pedir lo que te parecía justo, a reclamar por Jorge, tu amado compañero.
Tal gesto, una quimera o un empujón contra nuestra mentada transición, te retrata de cuerpo entero. Para ti, la verdad, nunca hubo empresas imposibles, jamás conociste la derrota ni te dejaste abatir por lo imposible. Luchadora empedernida, seguiste fiel a tus ideales como pocas personas he conocido y por eso eres admirada y querida.
Tan querida como la que más. Así como tú entregaste, recibiste ése mismo cariño y, estoy seguro, más. Es que es lo mínimo que se puede hacer con una mujer como tú, capaz de entrar clandestina al país para ver pasar, como una extraña, a tus hijos aguantándote las ganas de apretarlos en un abrazo estrecho y a la vez infinito.
Gracias Gladys por el ejemplo, por la fortaleza y por la dignidad. Gracias por demostrar que la consecuencia es posible, que sí se puede vivir lo que se dice y a mucha honra, me imagino. Gracias Gladys por esa sonrisa amable, por esa fuerza encomiable y sobre todo gracias por ser una de esas dirigentas que ahora se echan de menos, especialmente ahora que ya no estás.