¿Qué onda los gringos? ¿De qué se las dan? ¿Qué se creen? ¿Están arrepentidos o qué? Son sólo algunas de las preguntas que me invadieron al salir de la sala, cuando los créditos de
Million Dollar Baby aún recorrían la pantalla.
Siempre me ha costado, pero siempre he tratado de entender a los gringos y creo que aún no lo logro. Esta vez tampoco es la excepción y creo que tengo dudas razonables acerca del
stablishment yanqui y su curiosa tendencia moralista a partir de los últimos Premios Oscar.
Resulta que las dos películas que trataban el tema, la eutanasia, se llevan el pilucho dorado asestando un golpe valórico y moralino pocas veces visto en las pantallas de Holllywood, aunque Mar Adentro no se inscriba en esa circunscripción territorial. Justo el año en el que se reeligió Bush, el año en el que se muere Reagan, el año en el que conocimos lo que conocimos sobre Irak y sus cárceles, ése año, a los gringos les baja el sentimiento compasivo y absolutorio con los enfermos terminales.
Personalmente, prefiero mil veces el tratamiento Amenabarístico del tema sobre el Eastwoodístico. M.D.B. es, lo quiera o no, una película hecha a pedido, como quien agarra una revista de cocina y sigue una receta -de Pie de Limón, por ejemplo- al pie de la letra para así obtener el mismo y fantástico resultado representado, a toda página y a todo color.
Ahora y sin poder ver su película aún, entiendo a Scorcesse y a aquellos que dicen que los premios no son tanto y que los verdaderos premios son los que no se tienen, que la maquinaria de los premios está oxidada y corrupta, pero funciona porque tiene que hacerlo, para los que necesitan que funcione.
Vi
Sideways o Entre Copas para los que retienen la cartelera en español y ésa sí me pareció una película novedosa, entretenida y sin falsas aspiraciones moralistas ni rectificadoras. Entiendo que ganó el Oscar al mejor guión. Bien, pero creo que M.D.B. podría traspasar un par de estatuillas a los valles californianos y así, hacer más justa y equitativa la repartición de premios.
Sideways es una película inteligente, con un refinado sentido del humor, con una sencillez que lejos de denotar pobreza o falta de recursos lo único que hace es destacar la belleza de su estructura. No cuenta con un apellido como Freeman o Eastwood detrás y aún así fue capaz de involucrarse entre los pesos pesados.
Sigo sin entender. ¿Qué ondas los gringos? Justo cuando las circunstancias estaban dadas para que una película liviana y bien hecha se llevara las portadas, salen con la chica del millón de dólares que, más encima, es una mala (por lo menos peor) puesta en escena de la eutanasia, donde los clichés y los lugares comunes hacen nata. Qué asco. Prefiero, mil veces, un buen Pinot Noir.