La de ayer domingo fue una de esas tardes. Como buena pascua de resurrección, el tema católico y de la iglesia surgió fácilmente en la mesa, desplazando -afortunadamente- al fútbol y al paupérrimo rendimiento de la selección que dirige Juvenal Olmos en Ñuñoa.
Para ser franco, no recuerdo cómo surgió el tema, cual fue la mecha de la larga y a veces acalorada conversación que sostuvimos abuelos, tíos, padres e hijos. El asunto es que había, claramente, dos bandos: quienes apoyaban a la iglesia en su actual estado y quienes, como yo, la criticamos.
¿Qué tiene que ver el Papa en todo esto se preguntarán algunos? La portada de El Mercurio, así como la de otros diarios del mundo, los puede ayudar en una respuesta. El hombre está sufriendo su propio calvario y, lo peor de todo, es que su procesión no termina y parece extenderse hasta un punto tal, que su sufrimiento sea máximo y lo deje sin fuerzas para el más allá. En uno de los ritos más importantes para el mundo católico, Juan Pablo II no pudo pronunciar la bendición "urbi et orbi" y, a cambio, demostró todo lo mal que lo está pasando desde que es frecuente visitante del Gemelli.
Y aquí es donde se unen, creo yo, los puntos de vista de ayer en la casa de mi tía. Mientras la iglesia persista en esta actitud rígida y apegada a sus dogmas, con el precio que ello signifique, esa misma iglesia seguirá desvalorizándose, inequívocamente, hasta que se tomen cartas en el asunto.
Está bien que el Papa quiera dar una señal de firmeza y hasta de heroicidad saliendo y entrando del balcón en la plaza San Pedro, pero eso no tiene nada que ver con la conducción de una de las instituciones más poderosas y antiguas del mundo. Sin verse la suerte entre gitanos como se dice, nadie puede sostener que la misma persona que apenas intenta y no puede bendecir a sus fieles desde el balcón es quien tiene tomadas las riendas de la iglesia.
Siento, y no es algo original mío, que mientras la sociedad está debatiendo temas tan novedosos y modernos como la anticoncepción, la eutanasia, el divorcio y el aborto; la iglesia, aferrada a su librito, sigue y sigue tratando que seamos nosotros quienes nos adaptemos a ella en vez de que suceda lo contrario. Eso, creo, está mal. Se han dado muchas señales para que la iglesia acuse recibo (el número de católicos en Chile disminuye simultáneamente con el crecimiento de los evangélicos y eso sin considerar el número de sectas y credos de dudosa seriedad que proliferan en las poblaciones más modestas) y aún no pasa nada. Un tío, de los que defendía la posición de la iglesia, alegaba lo que varios diciendo que acá varios se dicen católicos, pero no aportan a ella. "es -dijo mi tío- como lo que pasa con Colo-Colo". Lo que pasa, le retruqué, es que nadie apoya a un equipo que juega mal, en el que los dirigentes se llevan la plata para la casa, y el etcétera que todos conocemos. Obvio.
De hecho, la denominación "cercanos a la iglesia" con la que suele motejarse a quienes de algún u otro modo trabajan en la institución, es en sí misma una contradicción de acuerdo a lo que este mismo tío decía, que la iglesia somos todos y que todos estamos llamados a ayudar en ella. Cada uno a su manera mientras la cosa esté como está fue la respuesta más aceptada en la mesa y claro que tenía que ser así porque la autoridad moral de algunos de sus representantes deja mucho que desear como para seguir sus predicamentos al pie de la letra. Ya conocen el dicho del que predica y no practica.
Lamentablemente, porque creo que se trata de una necesidad, la iglesia está amarrada con sus propios nudos. Ellos saben, deberían saberlo, cómo se desatan éstos nudos, pero no lo hacen o no lo quieren hacer. La elección de un nuevo Papa será un buen parámetro para saber qué cambió y qué no cambió en la iglesia. Por mientras, DJ Zicuta y sus scrachtes en la Plaza Italia celebrando la pascua con los jóvenes son un buen signo, que ojalá, se repita y se multiplique.