Obvio, ¿no? En pleno siglo XXI, con la globalización de las comunicaciones, la cobertura de una noticia de este calibre -el fallecimiento de Juan Pablo II- es tan extensa como intensa. A veces, sobre todo el viernes en la tarde, cuando los breaking news de CNN aumentaban el nivel de peligrosidad con respecto a la salud del pontífice, parecía extraño no sentirse "en la papa misma", casi como un transeúnte más en los pasillos del edificio pontificio (perdón la cacofonía).
Así fue como, desde el 11 de marzo de 2004, no pasaba más de tres horas pegado a las noticias. Desde la ya citada CNN hasta la mismísima RAI, pasando por todos los canales nacinales (incluido RED TV) y los españoles y la televisión alemana y todo aquello que tuviera la palabra LIVE sobre la pantalla. Fue una maratón noticiosa que, si fuera escolar, hubiera agradecido infinitamente. ¡Qué fácil es hacer las típicas tareas mamonas del colegio ahora! Es cosa de colgarse a las noticias (en vez de buscar y re-recortar el Icarito) y listo. Un siete puesto. Ná que ver.
Entre la abundante oferta de información papal, la misma que se guardaba anhelosamente en los cajones del editor de turno (en los que ahora sólo están quedando las cintas con la palabra PINOCHET en sus lomos), me llamó la atención el archivo de la visita papal a Chile, en abril de 1987. No me acordaba de nada. De nada, salvo lo que las autoridades de turno quisieron que me acordara, apenas unos flashazos de Juan Pablo II en el Nacional, su papamóvil y una que otra aparición en las calles, nada más.
Probablemente, pienso tratando de justificarme, el periodismo era más débil que jugar a la pelota en mis tiernos 11 años a la fecha de la ilustre visita. Probablemente, sigo con el justificativo, pegarle a las pelotas plásticas de colores creyéndome Maradona (efecto México 1986 dirán los especialistas) era más fuerte que pasarme horas pegado al televisor tratando de entender palabras que en mi diccionario escolar aún eran incomprensibles o debutantes, que es lo mismo.
Me aterra y me avergüeza, ahora que veo el archivo, lo que pasó. Lo que pasó con los pobladores que se atrevieron a hablarle a Su Santidad en La Bandera. Me aterra lo que pasó en el Parque O´Higgins, con los carabineros disparando balas de goma y de acero, con el carro lanzaguas y con el zorrillo (carro lanzahumos) mientras los sacerdotes, así como curas Romero, levantaban sus manos en señal de paz y de inocencia.
Traté de entonar la canción que por obligación nos hicieron cantar en el colegio a propósito de la llegada de Juan Pablo II y no pude recordarla entera. Me acuerdo, en cambio, del chiste que Juan Carlos Palta Meléndez, con muy poco tino, lanzó en honor a la magna visita; pero de las cosas importantes no me acuerdo.
Indudablemente, Karol Wojtyla fue todo un emblema de la iglesia, un líder de esos que cuando no están se echan de menos. Su incansable misión será recordada, quizás, como una de las mejores y más difíciles. Atentados de por medio, el Papa se encargó de expandir el mensaje católico más allá de los límites propios de la religión. Por eso, dicen los analistas, el ecumenismo de su despedida.
El paso del tiempo será el mejor juez para Juan Pablo II, el único Papa polaco de la historia. Un ser, que pese a sus limitaciones, especialmente en sus últimos años de vida, se encargó de demostrar que siempre, pese a todo, lo mejor es dar la cara y ponerle el pecho a las balas, literalmente, el pecho a las balas.