Que la política da para todo no es nuevo. Menos que es una de las actividades públicas más entretenidas, sobre todo, cuando se está en un año como este 2005, en el que -ni más ni menos- tenemos que elegir a nuestro próximo Presidente o Presidenta, según.
Las características del sistema binominal chileno, el verdadero guardián del status quo impuesto por la dictadura y aceptado por la Concertación, tiene a los dos bloques (la Alianza y la ya citada Concertación) como los amos y señores del fundo. Cada quien a su manera, protegiendo sus parcelas de poder, tienen bajo control el poder político de la nación. Ok.
Sin embargo, con el fantasma de Pinochet cada vez más lejos en el baúl de los recuerdos, ambos bloques (sobre todo el que representa a la derecha política) se han tenido que adaptar a los nuevos tiempos; flexibilizarse a las nuevas circunstancias, más cercanas al bi centenario y al desarrollo -por suerte- que al estancamiento y al retrogradiosmo político tan característico de nuestros vecinos por el norte. Miren lo que pasa en Perú o en Bolivia.
Así las cosas, mientras la Concertación parece revitalizada con la excelente gestión de Ricardo Lagos (algo improbable si recordemos que a mediados de su mandato, sacudido por el caso MOP-GATE, se llegó a pensar en una renuncia del Presidente y esas cosas) en la Alianza aún no parece haber mucha claridad.
Inteligentemente, la Alianza ha mirado hacia el lado y ha tratado de copiar el know how concertacionista. ¿Cómo así? Se había agrupado bajo un líder (discutible desde varios puntos de vista, pero líder al fin y al cabo) y desde esa posición, ha esperado el momento preciso para atacar el poder. Una jugada riesgosa a la luz de las encuestas, pero efectiva si atendemos el estricto orden que reinaba en el bloque opositor hasta hace un par de semanas.
¿Qué pasó hace un par de semanas? Todos lo sabemos. Apareció el lobo. Tanto que decía que venía, que ahora sí, que siempre estaba en veremos; pues bien, ahora, en el 2005, con todas sus letras, Sebastián Piñera es candidato a la presidencia de la república. Y como si fuera un castillo de naipes, todo el orden aliancista, apareció regado por el suelo, como si un terremoto (una locomotora) los haya atropellado.
Desde la Concertación aparecieron las voces que pedíamos primarias en la Alianza también. Decían los pedagogos de la democracia que en la Concertación no hay dedocracia y que los candidatos se eligen en la urna y no entre cuatro paredes y con las pistolas sobre la mesa. Pero, porque siempre toda historia tiene un pero, Soledad Alvear bajó su candidatura.
Entonces, como si hubieran recogido los dardos con los que habían sido atacados, desde la Alianza atacaron el modus operandi concertacionista. Que qué lección de democracia es esa, que esto y que lo otro.
La respuesta no tardó en llegar. Lo que pasa, dijeron en la Concertación, es que acá somos plurales, tolerantes, diversos, y todos los sinónimos que calcen para ejemplificar la apertura de mente. En ese contexto, en ese paso del debate, se me ocurrió lo que debe ser el gran estigma que obliga a la Alianza a ser lo que es y no a ser lo que debiera ser.
La Concertación nació bajo un dogma fundamental: No a Pinochet. La Alianza, en cambio, surgió bajo la sombra del general viva y coleando, comandante en jefe del ejército más encima. Pero como eso ya pasó hace más de 15 ó 20 años, aparece el lobo debajo de la piel de oveja y hasta Lavín es capaz de negar a su otrora mentor o padrino político, en un gesto que no estoy seguro si fue bueno, malo o muy malo para sus pretensiones presidenciales. He escuchado que Hermógenes Pérez de Arce, el último edecán político del general estaría pensando en presentarse como candidato.
Al otro lado, en la Concertación, esa discusión ya está archivada y, por supuesto, superada. Están en otra, tratando de perfeccionar el modelo, tratando de repartir mejor la riqueza (ya se promulgó la ley de Royalty) y, en definitiva, de indemnizar a la mayor cantidad de ciudadanos. El tema en la Concertación es venderse como protectores, como escudos o defensas de los más débiles. Los más poderosos ya saben que lo son, que aún con el cuco que significó otro socialista en La Moneda, los negocios siguen yendo bien y que irán mejor así, porque, por último, éstos gallos pelean menos (o lo hacen más callados) que los de la Alianza. Si es cosa de leer las peleas entre Longueira y Piñera para darse cuenta de lo mal que podrían trabajar juntos el aceite y el limón.
Amigos míos, no sé ustedes, pero yo creo que el tema está súper claro. Ojalá el tiempo me dé la razón y terminemos de descubrir que la Concertación es el conglomerado político más exitoso de la historia republicana no sólo porque en la Alianza no haya mucha competencia, sino porque, de verdad, en la Concertación está la oportunidad única e irrepetible de llegar al desarrollo no sólo con autopistas urbanas y tratados de libre comercio, sino que, lo más importante, con dignidad y seriedad.