Ayer fui a El Mercurio. Tenía que renovar mi suscripción anual y, según me dijeron, el trámite es más directo y rápido en la sede misma y no en cualquiera de las sucursales del Club de Lectores propagadas en el resto de la ciudad. Así es que fui.
Entré y me pasó lo que le debe pasar a alguien cuando entra al edificio de la ONU, a la Casablanca o algún lugar así. Y eso que se trata de un diario solamente, un diario importante, uno de los conglomerados periodísticos más importantes del país, OK, pero al fin y al cabo es sólo un diario. El tono grandilocuente, ultraseguro y vigilado se debió, fundamentalmente al trámite de la entrada.
Antes de cruzar el último umbral que separa el espacio público del espacio coorporativo, hay un mesón como varios con dos funcionarios (no los podría llamar guardias) como varios también, perfectamente peinados, camisa blanca y corbata y, por supuesto, su tarjeta de identificación respectiva. El tema es que junto con pedir los datos de rigor antes de entrar a cualquier institución, el funcionario en cuestión presiona una muy mal disimulada, pero muy bien estratégicamente colocada cámara digital. Sí señor. Cada una de las visitas al imperio Edwards queda guardado para la posteridad en un archivo JPG que, espero, borren de vez en cuando para que no se les llene el disco duro.
Ojo que no estoy alegando contra mi integridad personal, ni contra mi derecho a la privacidad ni nada de eso. Mucho menos me gustaría hacer de todo esto un debate ideológico. No. A lo que voy, lo que pretendo decir es por qué una empresa como El Mercurio recurre a este tipo de artilugios para registrar, así como un programa dedicado a trackear las visitas de un sitio Web, a sus visitantes.
¿A qué le teme El Mercurio? ¿Le teme a algo? ¿Se siente inseguro en sus propios aposentos? ¿Inseguro de qué? ¿Es válido aquello? ¿Está el país para éste tipo de cosas? La ráfaga de preguntas podría seguir, pero temo rayar en el absurdo, en ser más papista que el Papa, en ver debajo del agua y cosas parecidas.
Además, ya que lo van a hacer, háganlo pero con estilo, con las cartas sobre la mesa y no con esa minúscula cámara escondida detrás de una armazón de madera mal cortada que, sospecho, antes fue mesa o pata de silla. Se ve feo muchachos. Es como jugar a los espías celebrando el enésimo aniversario de muerte de la guerra fría. Eso ya pasó. No se usa. Está out.