Ayer domingo fui a La Moneda. Quería matar dos pájaros de un solo tiro: saludar al Presidente y conocer los vericuetos de palacio en voz del mejor anfitrión que pudiera existir, el dueño de casa, el propio Lagos Escobar. No pude.
No puede porque, pese a que pronosticaba que la iniciativa iba a ser un éxito, el día luminoso y primaveral que inundó a la capìtal, atentó contra mis intereses, pero favoreció los de los más madrugadores, quienes, estoicamente y sin importarles hacer una fila más, esperaron pacientemente su turno, obligando incluso, a extender el horario de atención hasta que entrara el último de la fila. Bien.
Pese al plantón, estaba bien. Contento. Contento por el espíritu que se vivía en la Plaza de la Constitución. Alegría, tranquilidad, carabineros enseñándole a los niños, prestándoles los perros para que los pasearan, subiéndolos a los caballos, a las motos. ¡Si el orfeón se puso a tocar Mira Niñita! Ésa onda.
El plan B fue aprovechar el domingo y la cercanía para ir al museo. La exposición de Rodin nos esperaba con los brazos abiertos y hasta allá llegamos, junto a mi polola y su padre. Mejor todavía. Cambiar los clásicos del domingo por un baño de cultura no hace nada de mal. Por lo demás, no se trataba de cualquier muestra y cualquier cristiano, medianamente instruido, sabrá cuánto pesa y cuánto calza el famoso escultor francés.
Para rematar la tarde, a eso de las tres, llegamos a los pies del cerro San Cristóbal. El estómago llamaba y el Divertimento respondió. Les recomiendo los fetuccinis con crema, jamón y alcachofas. Un manjar, tanto o mejor que el merlot con el que acompañamos la jornada. Notable.